—¡Pum!—
Algo suave y esponjoso cayó al suelo de repente, justo cuando Irene abrió los ojos de golpe.-
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué había despertado?
En teoría, no tendría por qué… despertar. Porque ella ya había muerto. Ya la habían despedido, incluso habían esparcido sus cenizas.
Pero al bajar la mirada, Irene vio un pastel azul de fondant estrellado en el piso. Y ese lugar… era su casa.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
¿Qué era esto? ¿Un sueño? ¿La última chispa de conciencia? ¿O sería que esto era lo que una veía después de morir, recuerdos que se arremolinaban? ¿Estaría atrapada en sus propias memorias?
Recordó que, en el Día de los Muertos, la gente suele decir: “La verdadera muerte llega cuando ya nadie te recuerda.”
¿Sería que Isa, desde el cielo, había visto todo lo que le ocurrió a su mamá? ¿Sería que Isa se entristeció al ver cómo su madre se rendía tan fácilmente? ¿O tal vez Isa no quería que su mamá simplemente la dejara atrás?
Irene intentaba darle sentido a todo esto, cuando sus pensamientos se vieron interrumpidos de pronto.
—¡Mamá, ya te dije que no quiero que me hagas un pastel de cumpleaños!— protestó un niño, mirándola con fastidio hacia arriba —. ¡Está feo y ni siquiera sabe bien! ¿No entiendes lo que te digo?
Era… la voz de Rodrigo.
Irene lo miró, sorprendida, y se pellizcó el brazo. El dolor era real. Podía sentirlo.
Así que… ¿esto no era un sueño? ¿Tampoco era un recuerdo?
Parecía estar en el cumpleaños de Rodri del año pasado. Su cuerpo estaba completo, sentía todo como una persona viva.
Rodri seguía quejándose:
—¡Quiero el pastel que hace Camelia!
—Mamá, a mí sí me gusta el pastel que haces —intervino una niña con voz suave—. Si Rodri no quiere, yo me lo como todo.
De pronto, el gesto de Irene cambió. Fue como si el destino marcara el inicio de algo nuevo, tan claro y tan intenso.
¿Esa… era la voz de Isabel? ¿Esa era su hija?
Irene alzó la mirada de golpe y vio el rostro de una niña pequeña, delgada y tierna. Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante.
¡Era su hija! ¡Isabel estaba viva!
Se agachó y tomó el rostro de Isa entre las manos, sintiendo ese calor tan familiar, esa carita limpia y dulce que conocía de memoria.
Irene estaba viva. Su hija también seguía con vida.
—¿Mamá, qué te pasa? —preguntó Isa, con curiosidad al ver a su madre tan distraída.
Irene no se contuvo y abrazó a Isa con fuerza. No sabía qué estaba pasando, pero solo tenía clara una cosa: debía proteger a Isa.
No podía volver a perderla. ¡Jamás!
...
Isa miró a Rodri:
—Hermano, no deberías hablarle así a mamá. ¿No te da miedo que un día deje de hacerte pastel?
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