Al salir del bar y llegar hasta el carro, Gael ni siquiera se dignó a ir tras ella.
En cambio, fue el celular de Belén el que vibró con un mensaje breve, casi indiferente, pero con un tono de reproche apenas disimulado.-
[No es lo que piensas con Anaís. Deberías disculparte por lo que hiciste hoy.]
¿Disculparse con Anaís?
Belén dejó escapar una sonrisa burlona y, sin darle más vueltas, aventó el celular sobre el asiento del copiloto.
Tal vez Gael no tenía idea.
Desde hacía un mes, Belén recibía en su celular fotos de Gael y Anaís saliendo juntos, posando como pareja para fotos de boda, incluso imágenes de Gael peleando con otros tipos por Anaís, todo como si fueran una pareja de verdad.
Y siempre, Gael le salía con la misma cantaleta: que estaba de viaje, que tenía mucho trabajo, que no podía verla.
Pero ahora, él ya no tendría que esforzarse en inventar excusas. Ella no lo quería más.
Belén arrancó el carro y condujo de regreso a la casa que compartían.
Apenas cruzó la puerta, se dedicó a juntar todos los regalos que Gael le había dado cuando empezaron a andar, las fotos de ambos, los videos, y hasta el diario de pareja que alguna vez llenaron juntos.
Sin pensarlo mucho, llevó todo al jardín, lo acomodó en una tina de metal y les prendió fuego.
Las llamas apenas comenzaban a crecer cuando la voz furiosa de un hombre retumbó a su espalda.
—¿Qué estás haciendo!
Sintió cómo alguien la jalaba del brazo con fuerza. En su campo de visión, vio a Gael agachándose sin dudar para sacar de las llamas las fotos que ya iban por la mitad.
El fuego había subido tanto que, al intentar salvar el resto, Gael terminó quemándose la mano.
—¡Ay! —exclamó, retirando la mano de golpe.
Ya no pudo contener el enojo. Dando un paso hacia ella, le gritó:
—¿Puedes decirme qué te pasa? ¡Por tu culpa Anaís está aguantando un montón de chismes! Hasta me ruega que venga a tranquilizarte, que no me enoje contigo, ¡y tú aquí quemando nuestras fotos!
Gael apretó los dientes, la miró con ceño fruncido.
—¿Desde cuándo te volviste tan inmadura, Belén?
—Gael, ¿ya te diste cuenta del olor que traes?
Belén lo miró de arriba abajo, el desprecio en sus ojos era tan evidente que dolía. El perfume dulce y empalagoso cubría a Gael por completo; era el aroma típico de Anaís.
Gael se quedó pasmado.
Se olfateó la ropa y la expresión le cambió al instante.
Sin decir mucho, se quitó la corbata de un tirón, tomó ropa limpia del clóset y se metió al baño.
—Voy a darme un baño —gruñó al pasar.
A Belén no le importó lo más mínimo.
Como Gael se iba a quedar a dormir esa noche, ella no quería ni tocarlo ni compartir la cama. Decidió llevar sus cosas a la habitación de invitados. Pero justo cuando iba a hacerlo, el celular de Gael vibró cerca de ella.
Belén miró hacia el baño: Gael seguía bajo la regadera.
Sin pensarlo mucho, desbloqueó la pantalla. Lo primero que apareció fue el chat entre él y Anaís.

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