Sin embargo…
Dante golpeó la puerta durante un buen rato, pero no hubo respuesta desde el interior.-
Frunció el ceño, confundido.
¿Qué está pasando? Esto no es como la última vez.
A estas alturas, Wendy ya debería haber salido a acusar a César. ¿Por qué tarda tanto hoy?
Esperaba con ansias que Wendy saliera corriendo de la habitación, con la ropa hecha jirones como la vez pasada, y acusara a César a gritos delante de todos.
Pero las cosas no sucedieron como él esperaba.
—No, tiene que estar dentro. ¡Llamen a un empleado para que abra la puerta!
La cara de César se endureció aún más.
—Dante, ¿ya fue suficiente de este circo?
Dante comenzaba a sentir pánico, pero aun así, gritó desafiante:
—Tío, ¿no te atreves a dejar que abran la puerta porque tienes la conciencia sucia?
—Dime, ¿qué le hiciste a Wendy?
Los periodistas se unieron al ataque.
—Señor Santillán, ¡solo abra la puerta para que todos lo veamos y así pueda demostrar su inocencia!
—¡Exacto! ¿Acaso la señorita Quiroga está escondida adentro?
El rostro de César era una máscara de hielo, y su presencia imponía una presión abrumadora.
—¿Y si no hay nadie adentro?
Dante, convencido de que Wendy estaba en la habitación, se armó de valor.
—Tío, solo tiene que abrir la puerta para que echemos un vistazo…
Mientras la multitud armaba un alboroto, sonó un timbre.
-¡Ding!-
La puerta del elevador cercano se abrió.
Wendy y la señora Quiroga salieron, una detrás de la otra.
Madre e hija vestían con elegancia y un aire de nobleza.
Wendy lucía un maquillaje discreto y llevaba su larga cabellera suelta hasta la cintura, con un aspecto radiante y sereno.
En realidad, su cuello y su cuerpo estaban cubiertos de marcas de besos que César le había dejado. Sin embargo, las había ocultado con corrector y una pañoleta de Hermès, por lo que no se notaba absolutamente nada.
—Vaya, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué hay tanta gente? —dijo la señora Quiroga, fingiendo sorpresa al ver el caótico grupo de personas.
Dante se quedó boquiabierto al ver a Wendy salir del elevador; los ojos casi se le salían de las órbitas.
Sus hombres se miraron entre sí, completamente desconcertados.
Habían vigilado toda la noche y no la habían visto salir de la habitación. ¿Cómo era posible que ahora apareciera desde fuera del hotel? Y, para colmo, junto a la señora Quiroga.
César lanzó una mirada inexpresiva a Wendy, sintiendo cómo la tensión volvía a apoderarse de él.
Sospechaba que todo había sido una trampa urdida entre ella y Dante.
Sin embargo, al ver las manchas de sangre en la sábana esa mañana, se quedó atónito.
Wendy, de verdad, era virgen.
—¡Buenos días! —saludó Wendy con calma, como si nada hubiera pasado entre ellos la noche anterior.
Luego, desvió la mirada y observó a Dante con una sonrisa burlona.
Perfecto, el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez…
Lo destruiría lentamente. No volvería a usar el poder de la familia Quiroga para abrirse camino.
—¿Todavía quieren entrar a la habitación a ver? —preguntó César con voz glacial.
Los periodistas, al darse cuenta de su error, se apresuraron a disculparse.
—Ah, parece que todo fue un malentendido, señor Santillán. Mil disculpas.
—Si fue un malentendido, entonces no hay nada más que hacer aquí. Nos retiramos.
Los reporteros no consiguieron su gran escándalo.
Además, temerosos del poder de César, no se atrevieron a insistir y se marcharon uno por uno con la cola entre las patas.
César lanzó una mirada fría a Dante y luego se fue con sus guardaespaldas.
—Mamá, vamos a buscar a Begoña para desayunar.
—Claro.
Dante, al verlas, se apresuró a detenerlas.
—¡Wendy, déjame acompañarlas!
Anoche había estado con Begoña.
Lo habían hecho varias veces, y en ese momento Begoña todavía estaba medio desnuda y la habitación era un desastre.
Si lo descubrían con Begoña, su alianza matrimonial con la familia Quiroga se iría al traste.
Aunque Wendy era una tonta fácil de manipular, sus padres eran unos zorros viejos, no tan fáciles de engañar.

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