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Tu Tío en mi Cama: El Inicio de mi Venganza romance Capítulo 2

Ocho y media de la mañana.

Los hombres de Dante montaban guardia fuera del hotel, con la vista fija en la puerta de la habitación de César.

En otra habitación del mismo hotel.

—Dante, Wendy te adora, ha sido tu sombra por más de diez años. ¿De verdad no te importó mandarla a la cama de tu tío? —Begoña, recostada con delicadeza en el pecho de Dante, dibujaba círculos juguetones sobre su piel.

Dante encendió un cigarro y soltó una bocanada de humo con indiferencia.

—El que no arriesga, no gana.

—¡Ja! Si la noticia de que César se acostó con la prometida de su sobrino en plena fiesta de compromiso sale a la luz, su reputación quedará por los suelos.

Aunque Dante llevaba el apellido Santillán, no era de la misma sangre.

Cuando tenía cinco años, su madre se casó por segunda vez con un Santillán. Su padrastro, Mauro Santillán, era el hermano mayor de César.

Su padrastro lo trataba bastante bien.

Pero, por desgracia, tenía una discapacidad y ciertas limitaciones intelectuales. Por eso, el futuro heredero de la familia Santillán era César.

Cuando llegara el momento de repartir la herencia, Dante recibiría, como mucho, algo de dinero y unas pocas acciones. Para entrar en el círculo directivo del Grupo Santillán, primero tenía que deshacerse de César.

—¿Y a ti no te gusta Wendy ni un poquito?

Con un gesto de fastidio, Dante respondió con desdén:

—Si no fuera porque su padre es un pez gordo en la Secretaría de Hacienda de Puerto San Ángel, ni me molestaría en dirigirle la palabra, y mucho menos me habría comprometido con ella. Se la pasa pegada a mí como un chicle, es un fastidio.

Begoña hizo un puchero y preguntó con un tono meloso:

—Si se acuesta con tu tío, ¿todavía te casarías con ella?

—¡Claro que sí!

—¿No te daría asco?

—Para nada. Me caso con ella solo para utilizarla. Si se acuesta con mi tío y aun así estoy dispuesto a casarme, será mucho más fácil controlarla en el futuro.

—Begoña, en mi corazón solo hay lugar para ti —declaró Dante con falsa ternura, antes de girarse y colocarse de nuevo sobre ella.

—¡Ay, qué pesado! ¡Nunca tienes suficiente! Ya casi son las nueve, ¡deberías ir a ocuparte de tus asuntos!

—¿Cuál es la prisa? Déjame consentirte un poco más.

—¡Qué ocurrencias tienes! Eres insaciable —dijo Begoña, fingiendo timidez, en un juego de seducción.

Justo cuando se disponían a empezar de nuevo, sonó el teléfono.

-Ring, ring…-

—¿Bueno?

Al otro lado de la línea, se escuchó la voz de Ulises, uno de sus hombres.

—Señor Santillán, César ya salió. Venga rápido.

—De acuerdo, voy para allá. Sigan con el plan, deténganlo como sea.

—Entendido.

Tras colgar, Dante se levantó de un salto y empezó a vestirse a toda prisa.

—Tío, llevo toda la noche buscando a Wendy. No contesta el teléfono y no sé dónde está. Estoy muy preocupado.

—Alguien me dijo que la vieron irse con usted anoche, ¿es cierto?

César, al escucharlo, entornó los ojos y miró a Dante con una frialdad que helaba la sangre.

Este sobrino postizo era un lobo con piel de cordero y una ambición desmedida.

Para apoderarse de la fortuna de los Santillán, era capaz de recurrir a las tretas más sucias.

Dante ajustó su expresión, fingiendo una profunda angustia.

—Tío, no me diga que Wendy de verdad está en su habitación. Tío, no habrá sido capaz de…

Sus hombres habían vigilado toda la noche y no vieron a Wendy salir de la habitación.

Por lo tanto, estaba seguro de que seguía dentro.

En su vida pasada, Wendy, al oír el alboroto, salió de la habitación despeinada y con la ropa en desorden. Luego, ante los periodistas, acusó a César de haberla forzado, colaborando a la perfección con el plan.

César había sido el soltero de oro de Puerto San Ángel.

Joven, exitoso, brillante y apuesto, superaba a Dante en todos los aspectos.

Pero desde que le colgaron la etiqueta de violador, se convirtió en el blanco de todas las críticas, y durante más de diez años no pudo limpiar su nombre.

Al ver el silencio de César, que claramente delataba su culpa, Dante se envalentonó aún más y corrió hacia la puerta del hotel.

—¡Wendy, Wendy! ¿Estás ahí? No tengas miedo, ¡he venido a rescatarte!

Todos los presentes abrieron los ojos de par en par, esperando con impaciencia la explosión de un escándalo monumental.

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