Mis pies golpean el suelo con constancia y mi corazón late con una fuerza sobrenatural. Lo había conseguido finalmente, un ascenso en mi trabajo, y el primero que tenía que enterarse de eso es Andrew, mi prometido. Camino por el pasillo tan emocionada y aferrada a mi maletín que agradezco que nadie esté por este pasillo. Pensarán que estoy loca o que no me sé controlar por la sonrisa enorme que tengo en el rostro. Pero quién podría culparme.
Mi vida estaba transformándose en lo que siempre debió ser. Una vida feliz y dichosa. Me casaría en unos meses con el amor de mi vida, y por fin dejaría de servir cafés en la compañía. Las lágrimas, humillaciones y soledad se acabarían. Yo, Marianne Belmonte, dejaría de ser el saco de boxeo de mi familia, sería la esposa de un prometedor empresario. Finalmente, todos me respetarían y aceptarían.
—¿Cariño? Tengo buenas noticias… — digo abriendo la puerta del departamento de mi futuro esposo.
Las luces de la sala están apagadas y hay una melodía tenue de Jazz que inunda el lujoso penthouse. Miro hacia la gran pared de cristal que nos ofrece una vista privilegiada de la ciudad, después hacia el techo alto con los candelabros modernos que caían como cascada a oscuras. Finalizo en el fuego de la chimenea, esa era la principal fuente de luz de este sitio. Mi pecho se siente inquieto y por algún motivo, nervioso de mala manera.
—¿Andrew? ¿Estás en casa? — pregunto temerosa.
No recibo una respuesta. Aun así, mi vista llega a las dos copas sucias que hay en el área del bar cerca del fuego. Me acerco para tomar una de ellas, la que tiene su vino a medio beber, está manchada en el borde con un labial rojo de mujer.
Después mi vista se dirige al suelo, a unos metros de mí, más allá de la alfombra hay un zapato de mujer. Es un stiletto, tiene un tacón muy alto y fino. Su suela es roja, el resto negro. Sigo el rastro que dejó, porque más adelante está el otro zapato, a continuación, una chaqueta masculina arrugada en el suelo.
Mis labios tiemblan y mis ojos se dirigen a las escaleras. El rastro me llevaba a allí. Subo por ellas, sintiéndome débil y confundida. Cada peldaño que asciendo pareciera que lo hago más lento que el anterior. Hasta que puedo escucharlo, los quejidos femeninos provenientes de nuestra habitación al llegar al segundo piso.
Una parte de mí, quiere salir corriendo de este departamento. Pretender que esto no está pasando. Que estoy inventándolo. Sin embargo, la otra, me obliga a continuar. Camino hacia la puerta abierta de la que resplandece la luz en su interior. Tenía que verlo con mis propios ojos.
O tal vez no.
No hacía falta que lo hubiese hecho, porque lo que estoy viendo en la cama, es peor que la más asquerosa pesadilla que hubiese tenido. En la cama que compartía con el que sería mi esposo, veo a Andrew entre las piernas de mi hermana.
Él está hundiendo sus caderas rítmicamente en las de ellas. Está a medio vestir, sin camisa y con el pantalón abierto para su fechoría. No hace falta describir a Amanda, tiene el vestido subido hasta el estómago y está gimiendo del placer.
—¿Qué están haciendo? — digo con debilidad sintiéndome como si estuviese en un sueño, como si no fuese evidente lo que hacían.
Andrew y Amanda me miran paralizados del miedo. Mi prometido se levanta de la cama a subir sus pantalones con desesperación, mientras que mi hermana se cubre con las sabanas. Las sabanas de mi cama.
—No es lo que estás pensando, Marianne — asegura Andrew.
—¿Qué es lo que estoy pensando? — hablo tocando mi cien para aliviar el profundo dolor de cabeza que tengo. Mi pecho también duele a morir.
Él no puede hablar, tampoco me puede mirar, se dedica a vestirse con sus manos temblorosas. Las lágrimas caen por mi rostro como un torrencial amargo y desbocado. No hay una explicación para esto. No hay ningún tipo de malentendido en esto. Vi lo que vi. Al hombre que amo teniendo sexo con otra mujer. No cualquier otra mujer, era ella.
—Hermana, son cosas que pasan. Así es el corazón, no puedes gobernar en él… — dice con timidez Amanda.
Mi visión borrosa se enfoca en ella. Como un rayo, toda mi atención se va hacia ella. La agonía es sustituida por el odio. Era una ladrona. Me lo había quitado todo. Siempre.
—Tuviste sexo con mi novio en mi cama. ¡¿Cómo no puedes gobernar el no revolcarte con un hombre ajeno, Amanda?! — gruño furiosa.
—No me tienes que hablar con ese tono… — Amanda hace un mojin con su boca y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Podemos resolver este imprevisto, como los adultos que somos — intenta mediar Andrew como si esta fuese otra de sus mediaciones corporativas. Se ha puesto su traje favorito de frialdad y estoicismo.
—¿Imprevisto? — suelto atónita ante el descaro de ambos — ¡TE ACOSTASTE CON MI HERMANA!
—¡Andrew me ama a mí y tú no eres capaz de satisfacerlo! ¡Acéptalo y sal de nuestras vidas! ¡Nadie te quiere en nuestra familia! — me grita Amanda.
Algo en mí se rompe con las palabras de Amanda. Mis esperanzas e ilusiones de ser alguien en nuestra familia. La verdad es que nunca tuve una oportunidad de serlo. Todos me odiaban como ella decía. Me odiaban porque soy la hija mayor de Sergio Belmonte, esa que tuvo con su primera esposa, de la cual se divorció para echarla a la calle junto conmigo.
Después formó una nueva y reluciente familia con su segunda esposa y su consentida, Amanda. Su favorita, su princesa, la que no podía equivocarse y la que presentaba con orgullo. No yo, la adolescente dramática que se quedó sin madre muy temprano y siempre le rogó un poco de atención.
—¡Eres una sinvergüenza! — le grito.
—¡Y tú no conoces cuál es tu lugar! ¡Eres igual que la estúpida de tu madre! — me grita de vuelta.
Con ello, en lugar de ver borroso por el llanto, veo de un rojo muy intenso.
—¡No ensucies el nombre de mi madre! — vocifero yendo directo a Amanda.
La tomó por el cabello con una ira que me trasciende, jaló de su cabello marrón de un lado a otro en medio de sus gritos de dolor y pidiendo que la suelte.
—¡Suéltame! ¡Eres una ordinaria! — exclama dando manotazos al aire, otros a mí.
—¡Compórtate como de tu edad! ¡Tranquilízate! — exclama Andrew metiéndose en el medio de la dos.
Me separa por el brazo de su amante, y le respondo dándole un empujón súper fuerte para que me suelte. Andrew me ve con amargura.
—¡Son un par de desgraciados! ¡Los voy a… — las amenazas de muerte quedan en mi garganta.
Mi padre, el gran Sergio Belmonte está entrando al departamento con un rostro sumamente irritado. Su presencia es imponente, y aterra a los guardias que me están sosteniendo. A mí me sorprende que mi padre esté aquí.
No comprendía qué hacía aquí. Aunque mi mente se despeja cuando Amanda me dedica una mirada malévola. Era por eso, papá vino porque Amanda lo llamó en medio de la noche, y el dejó lo que hacía por venir por su hija favorita. Diría que corriendo de lo rápido que llegó.
—Gracias a Dios llegaste a tiempo papi. Marianne me golpeó, a Andrew también. ¡Estaba muy asustada! — se limpia las lágrimas de la cara mi media hermana.
—No te críe para que te comportarás como un animal. Deja de avergonzarte a ti misma, y a nuestra familia — exige este viéndome con desaprobación.
Logro deshacerme del agarre de los guardias y defenderme con la verdad.
—¡Los encontré a los teniendo sexo! — reveló furiosa — ¡La única que está avergonzando a nuestra familia es Amanda! ¡En su caso has criado a una zorra!
No lo siento a la primera, sí después, el dolor del bofetón seco que me da mi padre. El espacio queda en un gran silencio. El sonido del golpe ha rebotado por las paredes.
—RESPETA A TU HERMANA. NO TE PERMITIRÉ QUE LA TRATES ASÍ — ruge Sergio.
Quedó con la mano en la mejilla para calmar el dolor, y la humillación de esto. Amanda está viéndome complacida, aunque su expresión cambia a una inocente cuando nuestro padre la enfrenta.
—¿Es cierto eso? — cuestiona certero.
—Sí. Nos amamos, y nos vamos a casar — anuncia Amanda aferrándose al brazo de Andrew.
—Deja de decir estupideces. No te casarás con el prometido de tu hermana. Nos dejarás en ridículo — casi escupe mi padre.
Amanda se aferra más a Andrew. Dará una gran noticia.
—¡Sí nos casaremos! ¡Estamos esperando un hijo juntos! — anuncia a pulmón vivo.
Escucho que los hombres detrás de mí hacen un ruido de sorpresa, es la misma expresión que hace mi padre y la mía no puede quedar atrás. Pierdo el equilibrio ante tal noticia, uno de los guardias me sostiene para que no me caiga.
Todavía tenía el anillo de compromiso en mi dedo, apenas esta mañana seleccionamos las flores de los centros de mesa de nuestra boda. Esto debía ser una broma.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un contrato inesperado con mi jefe