Estoy en una nube de placer de la que no me quiero bajar. Los besos van y vienen, al igual que las caricias a mis piernas desnudas. Me retuerzo entre las sábanas blancas y disfrutando de la calidez del hombre sobre mí. No quiero que esto nunca acabé.
—Eres hermosa, Marianne — susurra él a mi oído.
—Tú también eres hermoso — susurro yo sonando tan atrevida como nunca había sido.
Muerdo su labio con delicia y eso lo anima a ir a más rápido. La forma en la que está entrando y saliendo de mi cuerpo, me hace soltar muchos gemidos lastimeros que ni sabía podía hacer.
—Si es mucho para ti, dímelo… — suena contenido.
¿Mucho para mí? ¿Qué cosas decía? ¿La pequeña incomodidad o la pizca de dolor que sentía al inicio? Eso no es nada en comparación al placer que me domina. El sexo era lo mejor del mundo, ni sé a qué le tenía tanto miedo.
—¿Si es poco para mí también debo decírtelo? — digo acariciando su rostro — Ve más rápido.
Y más, y más rápido fue.
…..
Me despierto riendo. Sí, riendo y con un terrible dolor de cabeza. El peor que he tenido en mis 24 años de vida. El cuerpo lo sentía pesado y mis parpados están tan cansados que no me atrevo a abrirlos. No es que me hiciese falta. Me remuevo en la cama tratando de alargar ese maravilloso sueño húmedo que acababa de tener.
—Ojalá hubiese sido de verdad — más me río subiendo mi brazo por encima de mi cabeza — Darle mi virginidad a un desconocido en lugar de habérsela dado a Andrew. Si se entera, lloraría como un bebé.
Tengo que parar de reírme porque me extraña que esté de tan buen humor fuera de mi sueño. Así que, hago el esfuerzo de abrir mis ojos para ver el techo que tengo sobre mi cama.
—¿El techo de mi hotel siempre fue así de alto? ¿De dónde salió ese candelabro gigante? — pregunto percatándome de tal anomalía.
Hasta donde podía recordar la habitación en la que me había quedado era del tamaño de una caja de zapatos. Veo a la derecha, hay una puerta francesa doble de aspecto lujoso; veo a la izquierda, hay un balcón precioso que da con un parque de la ciudad. Después veo hacia abajo.
Estoy cubierta por una sabana. Una que alzo para averiguar cómo estoy.
Desnuda. Estoy desnuda.
Pego un grito tan fuerte que siento a mi garganta arder. A continuación, me levanto de la cama envuelta en la sabana y girando mi cuello a todos los lados.
—No puede ser real. No pudo ser real. Yo no me acosté con un extraño — miro mi reflejo de cuerpo completo en un espejo — Tú no te acostaste con un extraño. Fue un sueño. Tuvo que ser un sueño. ¿Coincidimos en que fue un sueño?
Si quería que mi reflejo me hablase para apoyarme, casi habla para decirme lo contrario. La superficie reflectora me ayuda a darme cuenta de que tengo un chupetón en el cuello. No solo eso, mis labios están rojos e hinchados. Solían ponerse así por besos, muchos besos.
Lo que es peor son las manchas rojizas que hay en la cama. Tengo que verlas más de cerca, y tocarlas para comprobarlo. Era sangre. Mi periodo no estaba programado para que llegase pronto. Tampoco puedo ignorar la incomodidad de la que soy consiente entre mis piernas. Se siente raro. Simplemente raro.
Me tiro a sentarme en la cama atónita por las consecuencias del alcohol. De mis tres margaritas.
—Lo hice. Perdí mi virginidad con un desconocido — digo sin creérmelo.
Para completar mi martirio, miro a la mesita de noche, allí hay un sobre que tiene escrito en una caligrafía muy bonita: “Para Marianne”. Agarro el sobre y sacó de él una pequeña tarjeta con un mensaje a mano en ella.
“Eso fue encantador. Ojalá volvamos a encontrarnos”.
Más debajo en la tarjeta había un número de celular. Y una postdata.
“No tomes el resto del contenido como una ofensa. Es una recompensa por mi pésima educación”.
Exploro más en el sobre para saber qué había dentro. Era dinero. Me había dejado unos 1000$, como si fuera una prostituta, como si lo hubiese pedido. De la molestia tiro el dinero en la cama y muerdo mis uñas, agonizante por lo que hice.
…..
Toco con desesperación el timbre del departamento de Giana. No me basta una vez. Ni dos, ni tres. Lo aprieto por cinco veces consecutivas.
—Quién sea que esté tocándome la puerta a estas horas, más le vale que tenga una buena excu…
El tono somnoliento de Giana combina con su aspecto al abrirme la puerta. Tiene puesta una pijama amplia y su cabello está desordenado. En lo que me ve se sorprende y me toma por los brazos asustada.
—¿Qué pasó contigo anoche? ¿Estás bien? ¿Por qué llevas puesto el mismo vestido de ayer?
—Estoy bien, o eso creo. ¿Estás sola? ¿Puedo entrar? — pido cansada.
—Claro que puedes entrar. Esta es tu casa y aunque hubiese traído a alguien anoche, lo seguiría siendo. Pasa — me invita.
Entro en su departamento tipo estudio. Es pequeño pero muy acogedor. Me recuerda al que yo tuve que alquilar cuando cumplí la mayoría de edad y salí corriendo de la casa de Sergio. Mamá murió cuando tenía 15 años, tuve que vivir 3 años con Sergio, fue espantoso. Después viví sola hasta que Andrew me propuso matrimonio hace algunos meses. Ahora vivo en un hotel parece ser.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un contrato inesperado con mi jefe