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Un contrato inesperado con mi jefe romance Capítulo 5

Es bueno tener una amiga que se preocupe por ti. Giana me lo ha confirmado al dejarme dormir en su departamento en el sofá de la sala hasta que consiga un sitio que alquilar. Tendría que hacer maromas con mi presupuesto y esperar mi nuevo salario al final de mes para tener una suma decente. No es que sea mala en mis finanzas, es que he ido pagando algunas deudas de mi madre y mi salario no era uno muy grande.

Tenía un sitio donde quedarme que no fuese un hotel por las siguientes noches. Eso es tranquilizador. Yo estaba muy, muy tranquila con respecto a mi vida y a mi lugar en el universo. De eso me convenzo en el ascensor de mi trabajo. Respiro hondo y aprieto como si me fueran a robar mi maletín.

—¿Estás pensando otra vez el desconocido de anoche? — pregunta divertida Giana.

—No. Estoy pensando en que hoy será un buen día — hablo con optimismo. Ese que sentía, muy, muy dentro.

—No es que quiera arruinar tu positivismo, pero ¿no sentiste como raro el ambiente en recepción? — dice preocupada.

—¿Qué tenía de extraña la recepción? ¿Lo dices porque estaba sola?

—También por este ascensor. Es hora de entrada, deberíamos estar agrupados como en un matadero con nuestros colegas de oficio.

Reviso la hora en el reloj en mi muñeca, eran las 8:58 AM, nuestra hora de entrada eran las 9:00 AM. Íbamos bien de tiempo, desestimo las preocupaciones de Giana.

—Estás siendo paranoica. Este día será uno tranquilo y pacífico. Sobre todo, pacifico, lo presiento. Y tengo buena intuición, eh.

Sé que mi amiga no se fía en lo de mi intuición por el modo que frunce su ceño, aunque no me responde. Igual, llegamos a mi piso y estoy más que preparada para despedirme de ella con una gran sonrisa optimista, pero en lo que las puertas se abren. Mi sonrisa se cae.

No hay paz en mi piso. Hay caos.

Un caos absoluto. Los teléfonos en los escritorios no paran de sonar, la mitad de mis compañeros están en sus celulares negociando con aspecto tenso, la otra mitad de mis compañeros están yendo de un lado a otro agitados.

—¿Qué está ocurriendo aquí? — digo al aire.

—¿Cómo no puedes saber qué está ocurriendo? ¿En cuál nube estás montada, por Dios? — regaña Maite con un montón de carpetas en sus brazos.

A Maite yo no le agrado, es una de las tantas personas a las que no le agrado en esta empresa. Es irónico, a mí ella sí me agradaba y me parecía divertida, hasta que la escuché hablando mal de mí a mis espaldas.

—En la misma nube que yo, porque tampoco sé qué está pasando aquí — revela Giana poniéndose a mi lado y apreciando el alboroto matutino.

—Podría tener compasión contigo Giana, porque los de marketing están saltando por las ventanas, pero más compasión tengo contigo, Marianne — Maite me pasa el montón de carpetas, casi se me caen de lo pesadas que están — Tú formarás parte de la reunión con los directivos.

—¿Para qué me quieren en una reunión de directivos? ¿Ordenar las carpetas y servir café? — cuestiono confundida.

Nunca me habían dejado participar en una de esas reuniones, a lo mucho arreglar las sillas y servir café o repartir botellas de agua.

—Eres la agente que vendió el edificio Ortega, el que estaba en ruinas y nadie pudo conseguirle comprador. ¿Recuerdas, niña? ¿Qué por él te ascendieron hace como dos días? — me informa odiosamente Maite.

Lo recuerdo como me lo dice. Ciertamente había logrado una hazaña en esta empresa. Vender lo invendible, fue una tarea ardua de meses y de investigación de mercado. Pero lo conseguí. Mi pecho se llena de orgullo y enderezo mi espalda. Ahora me llamaban para una junta de directivos.

—Sí, esa fui yo — digo ilusionada.

—Lo fuiste — me toca el hombro Giana dándome una linda sonrisa que correspondo.

—Sí, sí, bésense más tarde. Tenemos trabajo, muévanse — nos regaña Maite para después irse.

—¿Qué le pasa? — me quejo viéndola irse.

—Es una amargada. No dejes que te moleste — Giana se vuelve a meter en el ascensor — Deséame suerte a mí, trataré de no saltar por la ventana como me acaba de advertir nuestra BFF.

Ambas reímos y nos separamos. A mí me toca ir a la sala de juntas con las carpetas negras, en lo que entro el ambiente está igual de tenso que afuera. Aquí los presentes están reunidos de a par o tríos discutiendo en voz baja. Hay solo unos tres accionistas sentados charlando por celular.

Doy los Buenos días y comienzo a arreglar las carpetas, una por asiento, las alineo a la perfección. Durante mi asignación, me percato de que mi padre todavía no ha llegado. Lo cual es raro, suele llegar antes de tiempo a casi todo. Menos mis cumpleaños, a esos ni siquiera llega.

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