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Un contrato inesperado con mi jefe romance Capítulo 2

La mañana de ayer, me levanté con el hombre que amaba charlando sobre lo emocionados que estábamos por la boda de nuestros sueños. La mañana de hoy, me desperté en una habitación de hotel barato con los ojos hinchados de tanto llorar.

No habría boda, no habría un final feliz para mí, no tendría la familia con la que soñé. Me había quedado prácticamente sin nada. Sin un techo, y a saber si Andrew tendría la decencia de devolverme mi ropa. Lo único que me quedaba era mi trabajo. Uno al que he vuelto a encerrarme en mi cubículo para sumergirme en lo mío, los números.

Trabajo para Belmonte Raíces, es una inmobiliaria de buen tamaño dedicada a lo que hacen todas las inmobiliarias: comprar y vender inmuebles. Y yo, que tenía casi tres años de graduada de administración de empresas, trabajaba en ella desde entonces. Que comparta el mismo apellido en el nombre de la empresa no es una coincidencia.

Su dueño es mi padre, Belmonte Raíces es una empresa familiar. Una en la que me gané mi puesto por más que mis compañeros lo quieran negar. Es obvio a este nivel que mi papá me odia y no daría ni dos centavos por mí, es decir, él no me regaló este puesto por ser su hija.

No le interesaba a mi padre. Desde que cumplí la mayoría de edad, dejó de pasarme el dinero de la manutención obligatoria o dirigirme la palabra a excepción de circunstancias especiales. No me dejaba entrar en su casa, no me llegó a responder los mensajes de felicitaciones de navidad. El excepcional primer y último regalo que me dio Sergio Belmonte en su vida, fue una pasantía en esta empresa.

Comencé siendo pasante durante mis años universitarios, después ascendí a trabajadora temporal y ayer me ascendieron a trabajadora fija. Sabía que estos años de lucha habían dado resultado por mis esfuerzos. Aunque los demás no lo pensarán, y tampoco supieran de un valor llamado empatía.

—¿Es verdad que la dejaron por su hermana menor? — escucho del otro lado de mi cubículo.

—Dicen que se van a casar en la misma fecha — vuelvo a escuchar de otra voz.

—Pobrecita. Cómo pudo venir a trabajar hoy — habla con lástima una tercera voz.

Muerdo el lado interior de mi mejilla, tomo varias carpetas de mi escritorio y me levanto de mi silla. Tenía que alejarme de allí y es lo que hago. A medida que me paseo por la oficina, siento que me siguen con las miradas los demás trabajadores. Es martirizante, pero avanzo con la cabeza en alto y sin avergonzarme.

Yo no había hecho mal, ellos habían hecho mal. Continuaba teniendo mi trabajo. Mi gran orgullo. Este día sería mejor, y todo se pondría en orden.

—Marianne — me detiene la voz de Andrew a mis espaldas — Te necesito en la sala de juntas.

Giro para ver a ese infiel darme órdenes. En su impoluto traje bien planchado, y con su rostro bien lavado. Percibo cómo somos el centro de atención y cómo no me le puedo negar al que potencialmente será el accionista mayoritario de esta empresa en unas semanas.

Entro en la sala de juntas como me lo pide, él cierra la puerta y baja las persianas para más privacidad. Somos el show de la mañana para el resto de los empleados. Juraría que uno se está agachando para ver más de nuestras reacciones, cómo pasan del estoicismo a la repugnancia.

—¿Qué quieres? Sé rápido — le corto con dureza.

Él se sorprende con mi reacción, mete sus manos en los bolsillos de su pantalón y adopta una postura recta.

—¿Dónde pasaste la noche? ¿De dónde sacaste ese vestido si tengo toda tu ropa en mi departamento?

Pasé la noche en un hotel económico con desayuno incluido. Saqué el vestido de mi costurera, le expliqué mi situación en la madrugada y cómo no podía ir con la misma ropa dos veces al trabajo o perdería mi dignidad laboral. Ella se compadeció de mí.

—Esos no son tus problemas. Siguiente pregunta — vuelvo a cortarlo. Esto lo logra irritar, pero aprieta sus labios y continua.

—¿A cuál dirección te envío tus pertenencias?

Aquí es donde mi semblante tiembla. No tenía un sitio dónde guardar mis cosas. Estaba en la calle. Esa gran certeza me aterra y dan ganas de llorar.

—Puedo… hacer que te las envíen a mi otro departamento de soltero. Podrías quedarte allí hasta que consigas dónde alquilar — ofrece.

Su propuesta me sorprende no de buena manera. Esto debía ser una gran burla hacia mi persona.

—¿Ahora sí te importa lo que sea de mí? ¿Te hubiese interesado más cuando estabas metiéndote en las piernas de mi media hermana? ¿O cuando la embarazaste? ¿No era mejor en esos momentos? — le recuerdo.

—Esto también es tu culpa Marianne — suelta agotado.

—¿Disculpa? — digo ofendida.

—Te has negado en tener sexo conmigo desde que somos novios. Hace un año. Soy un hombre, tengo mis necesidades — argumenta.

Mi pecho duele ante su acusación. No mentía en eso, no habíamos tenido sexo a causa de mi petición. Era virgen. Por convicción, tal vez por traumas que no quiero admitir, por los consejos de mi madre, por miedo de que me dejarán después de entregar mi cuerpo.

—Fue una condición que tú aceptaste. Quería esperar hasta nuestro matrimonio. Si no creías en lo mismo que yo, me lo hubieses dicho como un verdadero hombre — me defiendo. Él me sonríe y niega como si fuera una tonta.

Capítulo 2 1

Capítulo 2 2

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