—¡Ay!
Un dolor punzante desgarró el cuerpo de Vanina González mientras lloraba descontroladamente. El hombre que estaba encima de ella era como una bestia despiadada quien la agarraba por la cintura mientras la atacaba; a ella se le hizo un nudo en el estómago.
Ese día ella había recibido la noticia de que la habían admitido en la Academia de Artes Hamlet, y su prometido, Daniel Jonte, le había pedido especialmente que fuera a ese lugar para celebrarlo. De manera inesperada, apenas ingresó, un extraño la arrojó a la cama.
Después de lo que le pareció una eternidad, el hombre que estaba encima de ella finalmente la soltó y se durmió profundamente. Vanina lo empujó con fuerza antes de salir tambaleando de la habitación. Tenía la ropa desarreglada y los ojos rojos e hinchados; no hacía falta ser un genio para darse cuenta de lo que acababa de sucederle.
En ese momento, Melanie González, quien estaba escondida en un rincón con una sonrisa cruel y retorcida, tenía el teléfono en las manos y le sacaba fotos a Vanina en ese terrible estado. Solo tenía que entregar esas fotografías a los periodistas y su hermana nunca podría volver a presentarse frente a la familia González.
Después de que Vanina se fue, Melanie se dirigió con tranquilidad a la habitación y pasó una tarjeta para ingresar antes de encender las luces con un chasquido y, cuando entró, el hombre seguía sumido en un sueño profundo. Melanie agitó una mano en señal de disgusto por el olor y lanzó una tarjeta sobre el cuerpo del hombre con la otra mano.
—Lo hiciste muy bien. Tienes treinta mil en la tarjeta.
En ese momento, el hombre se dio vuelta y Melanie pudo observar los apuestos rasgos justo cuando estaba a punto de marcharse; eso provocó que abriera los ojos de par en par.
«¿E-es Haroldo Luján? ¡¿El dueño de Compañía Luján, un hombre orgulloso y cruel, pero extremadamente capaz, quien se encuentra entre los más codiciados de Horquilla?! ¿Cómo entró a esta habitación? ¡¿Por qué la z*rra de Vanina tuvo tanta suerte?!».
Ocho meses después, en una habitación de uno de los mejores hospitales, una Vanina panzona descansaba en la cama. Miraba con ternura su vientre mientras se la acariciaba suavemente con las manos.
Después de que Melanie le tendiera una trampa aquella noche, su prometido canceló el compromiso y también la expulsaron de la residencia González; no tenía ningún otro lugar al cual llamar hogar. Todos confiaban en Melanie, y nadie estaba dispuesto a creer que a Vanina la había inculpado su aparentemente inocente hermana. Ese día, ella lo perdió todo: su novio, su familia y su hogar. Su mundo había quedado patas para arriba.
De repente, un día se sintió mal y, al ir al médico, descubrió que estaba embarazada. El doctor le informó que iba a tener quintillizos, un fenómeno extremadamente raro. Pese a no saber quién era el padre y a que había sido un accidente, lo único que le quedaba en la vida eran sus hijos; por ello, decidió dar a luz a esas cinco inocentes vidas y juró hacer todo lo posible para cuidar de sus bebés.
¡Bam! Se abrió de repente la puerta de la habitación y, al ver a quién había entrado, Vanina se protegió inconscientemente el vientre y preguntó:
—¿Melanie? ¿Quién te dejó entrar? Vete ya mismo.
Melanie, impávida, se acercó a la cama del hospital moviendo la cadera de izquierda a derecha con arrogancia. Sonreía victoriosa mientras presumía:
—Ay, por favor, no te enojes, mi adorada hermana. Realmente me resultó difícil encontrarte y estoy aquí para darte buenas noticias.
La ira de Vanina no asustó a su hermana, sino que provocó que se alegrara aún más.
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