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Unidos por el destino romance Capítulo 9

—No, no lo hice.

Melanie bajó inmediatamente la cabeza en señal de negación; tenía la mente en blanco e incluso parecía que tenía pánico. «¿Cómo se enteró?».

—¿No? —repitió Haroldo con indiferencia y con una mirada penetrante.

Melanie asintió mientras le caían las lágrimas. Su aspecto nostálgico podría haber hecho que otros hombres se compadecieran de ella, pero Haroldo solo sentía asco y fastidio. Arrojó sobre la mesa los papeles que describían la información que tenía.

—Míralo tú misma. Nunca acostumbré a acusar a los demás.

Melanie recogió los documentos con ansiedad y se quedó paralizada. Eso no pasó desapercibido para Haroldo, quien curvó hacia abajo los labios al verla.

—¿Eso no significa que fuiste tú?

—Yo... Yo... —Melanie volvió a arrepentirse de inmediato—. ¡Haroldo, me equivoqué! Por favor, no te enojes conmigo. Me importas demasiado y por eso hice una estupidez. No lo volveré a hacer. Haroldo, me gustas mucho, por eso tenía miedo de que otra mujer te arrebate. ¿No puedes entender mis sentimientos? Solo cometí un error porque estaba demasiado preocupada.

Sin embargo, Haroldo la miró de manera despectiva.

—Te lo dije hace mucho; nunca sentiré nada por ti.

—Pero, Haroldo, llevamos cinco años juntos. ¿De verdad no sientes nada por mí? —Melanie se apretó el pecho, se sentía muy dolida.

—¡No me pongas a prueba! —le advirtió antes de marcharse.

Mientras lo observaba irse, Melanie se desplomó sobre una silla y apretó los puños. Durante cinco años había sido incapaz de ganarse el corazón de Haroldo y, como Vanina había reaparecido, si la verdad salía a la luz, ni siquiera tendría la oportunidad de permanecer en la familia Luján. De repente, un destello oscuro brilló en sus ojos. «¡Haroldo es mío y solo mío! Nadie puede quitármelo». Tras una pausa, agarró su teléfono y llamó a Vanina. Una vez que le atendió, le ordenó:

—Mañana llega al evento dos horas antes.

—Por supuesto.

«¿También hay niños que asisten al evento de hoy? Por sus vocecitas, parecen tener la edad de mis pequeños». Vanina se acercó con curiosidad y vio a dos niños que tenían más o menos la edad de sus hijos, quienes estaban sentados en unas rocas junto al estanque de lirios y dibujaban sobre un lienzo. Al oír sus pasos, los dos niños levantaron la cabeza y miraron alarmados. Cuando sus miradas se encontraron, ambos se quedaron sorprendidos y se sintieron extraños, como si se hubieran conocido antes en otro lugar.

Vanina los miró fijo. Uno de ellos era un poco más delgado y parecía mayor; tenía unos rasgos definidos y bonitos, y se veía un niño muy educado. El otro todavía se veía más bebé, pero también era bonito. Era suficiente para saber que ambos serían muy atractivos en el futuro.

Sin embargo, eran diferentes a sus descarados y traviesos hijos, pues se veían sorprendidos y asustados al mirarla. Era evidente que no se relacionaban mucho con extraños y que eran introvertidos. Además, la miraban con la cabeza bien alta, como si trataran de buscar algo en su rostro; Vanina sintió que estaban a punto de devorarla con la mirada. Después de una pausa larga, por fin recobró los sentidos y, con una leve sonrisa, los saludó:

—No tengan miedo. Me llamo Vanina y he venido a participar del evento. De casualidad, oí su conversación de recién. ¿También vinieron por el evento? —Para no asustarlos, Vanina se quedó quieta y no se atrevió a avanzar.

Tras dudar un momento, los niños asintieron, pero no parecían tener intención de hablar; su padre siempre les había dicho que no hablaran con desconocidos. Sin embargo, tenían un extraño sentimiento que no les hacía rechazar a Vanina, e incluso los hacía seguir mirándola.

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