Después de ser secuestrada y pasar de mano en mano, Maite terminó siendo vendida a lo más profundo de las montañas.
Durante esos tres años, estuvo encadenada en un chiquero, compartiendo el espacio y la comida con dos cerdos.
Sufrió todo tipo de maltratos y humillaciones. Muchas veces estuvo a punto de ser abusada, pero en los momentos críticos, su “marido tonto” la salvaba.
Maite llegó a pensar que nunca escaparía de ese lugar oscuro y sin esperanza, que su vida se acabaría entre el fango y el frío.
Pero la vida le tenía preparada otra sorpresa.
Gracias a una operación especial contra la trata de personas, la policía logró rescatarla.
Durante esos tres largos años, Maite soñó mil veces con el momento de regresar a casa. Jamás imaginó que sería así.
Lo primero que vio al volver fue la celebración del compromiso de su novio con su hermana.
Por un instante, el ambiente quedó paralizado. Nadie supo qué decir.
Entre los invitados, una tía rompió el silencio:
—Maite, ¿de verdad eres tú? ¿Ya volviste?
Maite parpadeó con suavidad, apartando la mirada del gran cartel en la entrada. Se giró hacia la mujer y sonrió, apenas mostrando los dientes.
—Sí, tía, ya estoy de vuelta…
Otra voz se animó, llena de curiosidad y preocupación:
—¡Vaya que la pasaste mal, niña! Mírate, qué delgada y pálida estás…
La mujer no alcanzó a terminar, pues un familiar la empujó con el codo y murmuró en tono bajo:
—¿Para qué dices esas cosas? Dicen que está enferma, que puede contagiar.
—¿Y qué? Hablarle no me va a contagiar nada…
La plática incómoda fue interrumpida por la llegada apresurada de la familia Ayala.
Fabiana Romero, la mamá de Maite, se quedó de piedra al verla parada al pie de la escalera.
La hija mayor, que antes tenía una melena hermosa, ahora traía el cabello cortado a tijeretazos, sucio y desordenado. Su ropa estaba tan gastada que daba pena, y los zapatos que usaba eran evidentemente de hombre. Los brazos y tobillos, al descubierto, mostraban moretones y marcas alarmantes.
Fabiana escaneó a su hija de arriba abajo, impactada. Tardó un buen rato en atinar a mover los labios:
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