Carolina se detuvo en la entrada, echó un vistazo al interior y se dirigió directamente a la mesa de Maximiliano. Sin embargo, justo antes de llegar, se detuvo de repente y miró hacia un reservado cercano.
—¿Simón?
Simón, que estaba enfrascado en una sesión de copas e insultos con Ángela, se giró al oír su nombre y se quedó sorprendido.
—¿Carolina?
Ella se quitó las gafas de sol y sonrió.
—Así que eras tú de verdad. Por un momento pensé que me había equivocado. ¡Cuánto tiempo! Estás más guapo que nunca.
Simón soltó una risa forzada. Hacía un momento él y Ángela los habían estado despellejando, llamándolos de todo, y ahora la protagonista del chisme lo halagaba. A pesar de su descaro, no pudo evitar sentirse un poco avergonzado.
Ángela, ya medio ebria, al oír a Simón pronunciar el nombre de Carolina, le dio un manotazo en la espalda.
—¿Por qué nombras a esa trepadora? ¿Quieres que te pegue?
Al ver que la sonrisa de Carolina se congelaba, Simón tosió varias veces y se volvió hacia Ángela.
—Estás borracha, ya no bebas más.
—¡Claro que no estoy borracha! Y que no se me cruce esa tipa, porque si no… Oye, Iris, ¿dónde te habías metido? ¿Por qué estás ahí parada?
Borracha, Ángela miraba a Carolina y le hacía señas para que volviera a sentarse. Al darse cuenta de que Iris seguía en su sitio, una expresión de confusión se dibujó en su rostro.
El rostro de Carolina cambió por completo. Desde niña la habían tratado como a una princesa. Más tarde, Maximiliano la había protegido, y su carrera en el mundo del espectáculo había sido un camino de rosas hasta convertirse en una estrella, adulada por millones de fans. Jamás le habían hablado de esa manera, y menos con tanta crudeza y directamente a la cara.
—La verdadera trepadora aquí eres tú, ¿no crees? Todo Nueva Fortuna sabe lo nuestro, lo mucho que Maxi me quiere. Iris, ¿aún no entiendes por qué aceptó casarse contigo? ¿No te das cuenta al verme? ¡No eres más que mi reemplazo, y nada más!
Iris palideció. Ante esa afirmación, no tuvo nada que responder. En el instante en que vio a Carolina, comprendió que había perdido, total y absolutamente. En tres años, nunca se había sentido tan lúcida como en ese momento.
—¡Carolina! —la llamó Simón, sintiendo que se había pasado de la raya—. Maxi está por allá, ve con él.
La mirada de Iris siguió la dirección que señalaba Simón. Efectivamente, Maximiliano estaba sentado allí, observándola con una expresión gélida e impasible, como si se estuviera burlando de ella.
Y Carolina había venido a buscarlo.

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