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A mi Ex lo Mandé a la Fregada romance Capítulo 8

Fidel la observaba de reojo de vez en cuando, pero no decía nada. Finalmente, el carro se detuvo frente a la mansión de la familia Solano.

—Gracias.

Iris se despidió, abrió la puerta y entró en la casa.

Fidel apagó el motor, bajó la ventanilla, encendió un cigarrillo y se quedó mirando hacia la mansión. Dos minutos después, la luz del dormitorio del segundo piso se encendió.

...

Iris entró en su habitación, agotada. Acababa de encender la luz cuando un hombre sentado al borde de la cama, con el rostro sombrío, la sobresaltó.

—¿Qué haces aquí?

Maximiliano, que ya estaba de mal humor, se enfureció aún más al oírla.

—Para que te quede claro, esta es mi casa. ¿Acaso necesito tu permiso para estar aquí?

Iris esbozó una media sonrisa.

—Disculpa, pensé que no volverías esta noche. ¿Vas a dormir aquí? En ese caso, me iré a otra habitación.

—¡La que no pensaba volver eras tú! ¿Qué pasó? ¿No encontraste a ningún hombre que te hiciera caso?

La voz, fría y mordaz, resonó a sus espaldas.

Iris apretó los puños y respondió con una risa contenida:

—Pues sí. De haber sabido que estabas aquí, no habría vuelto.

Maximiliano se levantó de un salto, con los ojos encendidos de ira. Estaba a punto de replicar cuando Iris continuó:

—Mañana a primera hora, me divorciaré de ti.

Maximiliano se quedó sin palabras.

Cuando la figura de Iris desapareció de su vista, se aflojó la corbata. La rabia, en lugar de disiparse, crecía en su interior. Después de dejar a Carolina en su casa y asegurarse de que estuviera bien, la imagen de Iris en el bar no dejaba de aparecer en su mente. La idea de que estuviera con otros hombres lo impulsó a volver, a comprobar si esa mujer pasaría la noche fuera.

Y, efectivamente, al llegar a la mansión, ¡ella no estaba!

Se sentó en la cama de la habitación y esperó, sin saber cuánto tiempo, hasta que oyó el ruido de un carro en la entrada. Vio a Iris bajar, la vio entrar. Esperaba encontrar en ella nerviosismo, culpa, miedo. Pero lo primero que ella le dijo fue: "¿Qué haces aquí?".

Sentía que iba a estallar. Quería gritarle, acusarla, pero su frase "mañana nos divorciamos" lo devolvió a la realidad.

Era cierto. Mañana se divorciarían, y él ya no tendría ningún control sobre ella. ¿Tan difícil era aguantar una última noche?

—¿Por qué habría de reaccionar a algo que ya sabía? —respondió Fidel con indiferencia.

—¿Ah? —Simón se quedó perplejo.

Luego, sus ojos se abrieron de par en par.

—Fidel, no me digas que viniste a Nueva Fortuna por Iris.

Fidel no respondió. En su lugar, preguntó:

—¿Y la persona que te pedí que buscaras?

—Bueno, es alguien de hace más de diez años, no es tan fácil encontrarla. Pero… estoy en ello.

—Lárgate.

—¡A la orden!

Simón se escabulló.

Fidel se levantó y se acercó al ventanal. Su figura, esbelta y elegante, se recortaba a contraluz, proyectando un aura de misterio y nobleza. Contempló la noche en silencio, sus ojos profundos y fríos.

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