Un breve silencio se instaló en el ambiente. Los demás, testigos de la escena, no se atrevían a intervenir en la discusión de la pareja.
Maximiliano, ya fuera por la irritación que le causaba el llanto de Carolina o por la nueva actitud desafiante de Iris, tenía el rostro sombrío, cargado de una furia contenida.
—Iris —dijo con voz grave—, no me obligues a denunciar a tu amiga. Agredir a alguien sin motivo es un delito que se paga con la cárcel. ¡Quiero que te disculpes con Carolina ahora mismo!
—Maxi, ya basta —intervino Simón—. Somos amigos, no lleves las cosas a ese extremo.
—Sí, no digas cosas de las que te puedas arrepentir —añadieron Álvaro y Mateo—. Carolina no parece estar herida. Mejor vámonos.
Carolina casi se muere de la rabia. Claro, como no eran ellos los que habían recibido los golpes, era fácil hablar. Se aferró a Maximiliano y lloró con más desconsuelo, deseando que las metieran a las dos en la cárcel. Sin embargo, dijo en voz alta:
—Maxi, déjalo así. Me duele todo, ¿me llevas a casa, por favor?
Al ver la actuación de Carolina, Ángela no pudo contener su indignación.
—Iris, no le hagas caso. Que llame a la policía si quiere. Que me metan en la cárcel y tiren la llave. ¡Cuando salga, volveré a pegarle a esa tipa!
El rostro de Maximiliano se endureció aún más. No sabía de dónde había sacado Iris una amiga tan descarada y problemática. "Tal para cual", pensó, "igual de insoportable y cínica que ella".
Iris le dio una palmada en la mano a Ángela para calmarla y luego, con el rostro serio, se dirigió a Maximiliano:
—Si quieres llamar a la policía, adelante. Pero tú también agrediste a Ángela. ¿Vamos juntos a la cárcel? ¿Quieres que llame yo?
Al oír esto, los ojos de Ángela se iluminaron. Se dejó caer al suelo de nuevo, quejándose de un supuesto dolor de cabeza.
Maximiliano la fulminó con la mirada. ¡Esa mujer había revelado su verdadera cara, y de qué manera!
Álvaro y Mateo intercambiaron una mirada y, agarrando a Maximiliano, lo instaron a irse.
—Ya, ya, fue un malentendido. Vamos a ver si Carolina está bien. —No era momento para más escándalos que pudieran terminar con todos en la comisaría.
...
Ángela observó cómo se alejaban y soltó un bufido. Luego se levantó del suelo y le hizo a Iris un gesto de aprobación con el pulgar.
—¡Estuviste genial, Iris! Con esa gentuza hay que ser dura. Además, ese tipo ni siquiera es tan guapo. Fidel es mucho más atractivo. ¡Divórciate ya y volvamos a Santa Flora! ¡No quiero volver a pisar este lugar de mala muerte!
Simón, oriundo de Nueva Fortuna, se sintió ofendido. ¿Qué culpa tenía la ciudad de la rabia que Ángela le tenía a Maximiliano? Definitivamente, las mujeres de la familia Girón eran de armas tomar. Hasta un perro que pasara a su lado se llevaría un par de insultos.
A la salida del bar, Iris se dirigió a Fidel.
—Señor De la Torre, no hace falta que me acompañe. Puedo tomar un taxi.
—Le prometí a Ángela que te llevaría a casa, y cumplo mi palabra —respondió él—. Además, nos conocemos desde niños. No pensarás que tengo… malas intenciones, ¿verdad?
Iris sonrió.
—Claro que no. De lo contrario, no habría dejado a Ángela sola con ustedes. Ni usted ni el señor Henríquez parecen malas personas.
"No parecen malas personas". La frase divirtió a Fidel, y una sonrisa asomó a sus ojos. Si aquellos a los que había hecho pagar por sus errores oyeran eso, probablemente se revolverían en sus tumbas.
—Entonces, vamos. Te llevo.
Antes de que Iris pudiera negarse, Fidel ya había acercado el carro. No tuvo más remedio que subir.
Tras indicarle la dirección, el silencio se apoderó del vehículo. Iris miraba por la ventanilla, su rostro sin maquillaje, pálido y sereno, pero ensombrecido por un velo de tristeza.

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