A la mañana siguiente, Maximiliano bajó las escaleras y encontró a Iris esperándolo en la sala. Él, que no había dormido en toda la noche por la rabia, irradiaba una tensión palpable. Ella, en cambio, no solo lucía un aspecto fresco y descansado, sino que, por primera vez en mucho tiempo, llevaba un maquillaje impecable. Incluso su forma de vestir había cambiado; ahora proyectaba una imagen profesional y decidida.
Maximiliano no pudo evitar recordar la primera vez que la vio. En aquel entonces, ella vestía una bata blanca de médico, era esbelta y su maquillaje, elegante y frío. Estaba haciendo sus prácticas en un prestigioso hospital privado en el extranjero, y la habitación de su abuelo estaba a su cargo.
—¿Quieres desayunar algo? —La voz tranquila de Iris lo sacó de sus pensamientos.
Maximiliano volvió en sí y, con una expresión gélida, bajó el resto de las escaleras.
—No. Cuanto antes terminemos con esto, mejor. Así no te retraso para que te vayas a buscar a otro hombre.
Iris chasqueó la lengua para sus adentros. Nunca se había dado cuenta de lo cruel que podía ser con sus palabras. Optó por no responder.
Maximiliano, interpretando su silencio como una afirmación, pasó a su lado con el rostro impasible y un aire gélido.
—Asegúrate de llevar todos los documentos. No quiero que lleguemos y me salgas con alguna excusa.
—Descuida… Ahora mismo, tengo más ganas de divorciarme que tú.
Maximiliano se detuvo por un instante, pero luego aceleró el paso. Qué mujer tan voluble. Anoche se negaba a divorciarse y ahora decía esto. ¿Acaso estaba jugando con él? Según el abogado, ella ni siquiera había respondido a los mensajes. Ya vería si en el registro civil podía seguir con su actuación.
—Sube al carro.
Un Maybach gris frenó bruscamente junto a Iris, reflejando la impaciencia de su conductor.
...
El carro avanzaba a toda velocidad. Iris, con la cabeza vuelta, observaba en silencio su reflejo en la ventanilla. En casi tres años en Nueva Fortuna, no había tenido la oportunidad de pasear tranquilamente por la ciudad. Todo le resultaba desconocido.
En ese momento, el celular de Maximiliano sonó. Al ver la pantalla, su tono de voz se suavizó al instante.
—Carolina, ¿qué pasa? Sí, ya voy en camino. En cuanto termine, te veo.
Iris esbozó una sonrisa sarcástica. No necesitaba oír la conversación para saber de qué hablaban. Qué descaro.
Sacó su propio celular y, justo cuando Maximiliano colgó, marcó el número de Ángela a propósito.
—Ya casi llego. Terminaré lo antes posible y te buscaré. Te llamo luego.
Ángela, recién despertada y todavía confundida, no entendía nada.
Con un rápido giro del volante, cambió de dirección a regañadientes y se dirigió a toda velocidad hacia la mansión de la familia Solano.
...
Iris entró detrás de Maximiliano. Apenas cruzaron el umbral, la voz de Gloria Sandoval pasó de la sorpresa al espanto.
—Hijo, ¿qué… qué te pasó en la cara? ¿Por qué estás tan herido?
—¿Dónde está el abuelo?
—En su estudio, te está esperando. Pero tú…
Al ver que Maximiliano se dirigía a grandes zancadas hacia el estudio, Gloria se giró hacia Iris con furia.
—¿Así es como cuidas a Maxi? ¿Para qué sirves? Llevas tres años casada y no has sido capaz de darle un hijo. ¡Ni siquiera puedes cuidar de él! ¡Casarte fue la peor de las suertes!
—Tienes razón. Casarme con un miembro de tu familia también ha sido una desgracia para mí.

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