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Ayer me despreciaste por coja, hoy me deseas por reina romance Capítulo 154

—En la vida no todo es blanco o negro —Guillermo fijó la mirada en Beatriz, sin borrar esa media sonrisa de los labios—. La señorita Mariscal entiende eso mejor que nadie.

Esa frase, “En la vida no todo es blanco o negro”, cruzó fugaz por la mente de Beatriz y, de repente, le vino a la memoria aquella tarde de su último año de prepa.

¿Era él esa persona?

—Bea —la voz profunda y serena de un hombre sonó a su espalda.

Beatriz sintió un escalofrío recorrerle la columna sin razón aparente.

Giró lentamente y vio a Rubén parado tras de ella, vestido con una camiseta negra.

La luz cálida de los faroles suavizaba sus facciones marcadas, y la camiseta resaltaba la anchura de sus hombros y la estrechez de su cintura.

Tenía una mano en el bolsillo y, con la otra, sostenía un cigarro del que brotaba una delgada columna de humo.

La mirada de Rubén, intensa y oscura, no se apartaba de ella, yendo y viniendo entre Beatriz y Guillermo.

Aunque su postura era relajada, sus ojos irradiaban una energía desafiante.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Beatriz, sin poder ocultar su sorpresa.

—Vine por ti —Rubén dirigió una mirada a Luciana, que seguía recostada sobre el hombro de Beatriz, y frunció el ceño apenas un poco.

—Andrés —llamó en voz baja.

Andrés se acercó y, sin decir palabra, cargó a Luciana, que apenas podía mantenerse en pie, y la llevó al carro.

Antes de que Beatriz pudiera decir algo, una mano grande se extendió frente a ella.

Miró hacia abajo y, resignada, puso su mano en la de Rubén.

Él dio una última calada al cigarro, y una sonrisa difícil de descifrar —mitad auténtica, mitad fingida— asomó en su boca, haciendo imposible saber qué pasaba por su mente.

—¡Beatriz! —Guillermo reaccionó por fin tras el impacto de la aparición de Rubén; no pudo evitar alzar la voz.

La curiosidad lo carcomía: ¿quién era ese hombre?

Muchos rumores decían que Beatriz solo podría recibir las acciones de la empresa si se casaba. ¿Sería este su esposo?

La presencia imponente y la seguridad de Rubén resultaban hipnóticas; nadie podía quitarle la mirada de encima.

Beatriz se detuvo y le lanzó a Guillermo una mirada por encima del hombro.

—No creo que tengamos la confianza suficiente como para que me llames por mi nombre, señor Arce.

—Yo solo…

Guillermo apenas iba a responder cuando la mirada de Rubén, afilada como navaja, lo cortó en seco. Sin quererlo, contuvo la respiración.

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