C35- BESOS QUE QUEMAN.
Kate subió las escaleras del edificio de Aisling en silencio, cuando entro Oliver estaba dormido en el sofá, con una mantita hasta el cuello y la tablet encendida aún con un video de dinosaurios. Sonrió y le acarició el cabello.
—Mamá ya llegó, mi amor —murmuró, y Oliver apenas abrió los ojos para regalarle una sonrisa somnolienta.
Pasó un rato abrazándolo, sintiendo su calor y se recordó que ese era su norte, su prioridad.
Pero tuvo que dejarlo y volver a la mansión, porque Valeria —la ex empleada de Julián— había accedido a reunirse con ella temprano por la mañana. Necesitaba esas pruebas, era de caracter urgente. La primera audiencia del juicio sería en dos días, y si no tenía evidencia sólida, Julián la aplastaría en el tribunal. No podía permitirlo, no cuando eso significaba su libertad.
Estacionó el auto frente a la casa y su ceño se frunció cuando vio el Maybach negro.
—¿Qué demonios…? —susurró, apagando el motor.
No necesitaba adivinar. Sabía perfectamente de quién era.
—¿Quién demonios se cree para entrar cuando le da la gana? —masculló, agarrando su bolso. Se bajó del coche enojada, al parecer su buena noche acababa de terminar.
Abrió la puerta y se encontró con Grayson, sentado en el sofá de veinte mil dólares como si fuera su trono personal, con una copa en la mano y el maldito aire arrogante que la sacaba de quicio… y que, en el fondo, aún le aceleraba el corazón.
Se quedó de pie y lo miró de arriba abajo.
—Te estás tomando muy a la ligera eso de meterte a mi casa como si fuera tuya —soltó, cruzándose de brazos—. Y antes de que digas que tú la pagas, te recuerdo que es mía. Me la diste. Así que deja de venir sin mi maldito permiso.
Grayson alzó una ceja, sin moverse. Clavando su mirada azul, intensa y afilada, en ella.
—Buenas noches, Kate —dijo con voz grave, suave… y peligrosa.
Kate apretó los labios y sabía que Grayson estaba furioso y, aun así, para su maldita desgracia, seguía viéndose como el hombre más irresistible del planeta.
Respiró hondo y se acercó; su falda se ajustaba a sus caderas y su blusa se pegaba al cuerpo como una segunda piel. Dejó el bolso sobre la mesa esquinera, sin prisa. Iba a decirle que se largara, pero él habló primero.
—¿Cómo estuvo tu cita, Kate?
Ella se congeló por un instante y su corazón dio un salto. ¿Cómo demonios lo sabía?
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