C4- MÍRAME CUANDO TE HAGO MÍA.
Grayson no dijo una palabra mientras subían las escaleras, con Kate sujeta del brazo, su paso era firme y el de ella tembloroso e intentaba soltarse.
—¡Suéltame! ¡No puedes hacer esto! —exclamó, furiosa y con lágrimas en los ojos.
Él no respondió.
Llegaron a una puerta doble, que Grayson abrió de golpe y la empujó dentro. Era la habitación principal.
Amplia, elegante. Inmensa. Pero a Kate todo en ella le pareció una celda.
—¡Eres un monstruo! ¡Arruinaste a mi familia! ¡Los echaste como si fueran basura!
Grayson cerró la puerta y se giró hacia ella, implacable.
—Tu familia ya era basura. Solo me encargué de sacarla a la luz.
Kate apretó los puños impotente.
—¡Mi padre puede ser muchas cosas, pero lo que tu hiciste no tiene perdón! ¡No lo arruinaste por justicia, lo hiciste por odio!
Grayson soltó una risa seca.
—¿Justicia? —se acercó lentamente—. ¿Sabes lo que tu padre le hizo al mío? Le robó su trabajo, su vida. Lo traicionó cuando más confiaba en él. Lo quebró. ¿Y sabes qué hizo mi padre? ¡Se pegó un tiro antes de enfrentarse al escándalo!
Kate se congeló y el aire se fue de sus pulmones.
—No... no mi papá... —susurró, sin poder creerlo.
—Tu padre es una basura —continuó Grayson con voz baja y dura. ―Acéptalo.
Kate lo miró con horror, como si recién entendiera con quién se había casado y dio un paso atrás.
Él también la observaba, su rostro era pura frialdad... pero sus ojos no mentían.
La deseaba y eso lo enfurecía.
Porque no lo había planeado así. Con Katerina jamás pensó tocarla, ella era solo una jugada. Pero Kate… con ella era distinto.
Y eso lo sacaba de control.
Ella retrocedió hasta chocar con la cama. Su respiración era agitada, el pecho subiendo y bajando como si el aire le faltara.
—Por favor… —susurró, sin atreverse a mirarlo del todo—. No hagas esto…
Grayson apretó la mandíbula.
—Eres mi esposa. Es tu deber.
Kate negó, retrocediendo más. Pero ya no había espacio a dónde ir. Entonces el dio un paso y ella quiso escapar por la derecha, pero Grayson la atrapó.
—¡No me toques!
Kate forcejeó y lo golpeó en el pecho con ambas manos, desesperada. Pero él no se movió y sin poder controlarse la sujetó por la cintura y la besó.
Ella intentó resistirse. Golpeando su pecho una y otra vez, pero su boca ardía contra la de él y en algún punto, sin saber cómo, su cuerpo empezó a ceder. Sus labios temblaron… y respondieron. No por obediencia, sino por impulso.
Por algo que nunca había sentido y que la asustaba.
Grayson la besaba con rabia y con deseo contenido, mientras su cuerpo la apretaba contra el suyo. Kate sentía su propia piel arder, le temblaron las piernas, no sabía si por miedo o por algo peor.
Y justo cuando sus manos se aferraron a su camisa, él se apartó de golpe.
Tragó y la miró como si no supiera qué acababa de hacer, como si se odiara por haberlo sentido. Kate se quedó inmóvil, temblando, con los labios húmedos y el corazón desbocado.
—Desnúdate —le ordenó.
Su voz fue seca y Kate lo miró con los ojos grandes y temblorosos, llenos de lágrimas. Él dio un paso y, de pronto, sin aviso, le abrió el vestido de un tirón.
—¡Ahhh! —gritó, cubriéndose como pudo. Pero él soltó una risa baja, helada.
Ella cerró los ojos y sus dedos se aferraron a su espalda y un gemido ahogado escapó cuando él empujó ligeramente.
—Ah…
El dolor fue agudo, una punzada que le hizo contener el aliento, pero él no se detuvo.
—Duele… —sollozó.
Él se detuvo por un instante, con un toque de dulzura en su voz.
—Solo al principio.
Y entonces la tomó por completo, rompiendo el último vestigio de su pureza en un solo movimiento. Kate gritó, el dolor mezclándose con una extraña plenitud y la sensación de estar invadida, poseída y marcada.
Pero él no le dio tiempo para acostumbrarse.
Sus caderas comenzaron a moverse, primero con lentitud, luego con más fuerza, arrastrándola a un ritmo que su cuerpo desconocía pero que, contra toda lógica, empezó a seguir.
Y el dolor se difuminó y fue reemplazado por un calor que crecía con cada embestida. Sus gemidos ya no eran de sufrimiento, sino de placer.
—Dios… —gruñó Grayson, sus dedos hundiéndose en sus caderas—. Eres demasiado estrecha…
Pero Kate ya no podía pensar, solo sentir.
Porque cada movimiento la llevaba más cerca de un abismo desconocido, un precipicio de placer que la asustaba y la atraía en igual medida. Y entonces, cuando ya no pudo resistirlo, él la tomó con ferocidad, su ritmo volviéndose salvaje y desesperado.
—Mírame —exigió, y ella obedeció, encontrando sus ojos ardientes—. Mírame cuando te hago mía.
Y con un último empujón, se derramó dentro de ella y Kate lo sintió todo, mientras su propio cuerpo temblaba al borde de un éxtasis que aún no comprendía.
Y cuando por fin se separó de ella, solo hubo silencio, el agotamiento la venció, arrastrándola a un sueño pesado y satisfecho.
Pero al despertar, con los primeros rayos del amanecer filtrándose entre las cortinas, extendió la mano buscando calor... y solo encontró sábanas frías.
Y una nueva realidad, su esposo ya no estaba.

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