C7-¿SU NOVIA?
Esa mañana, Kate se vistió con precisión milimétrica.
Eligió un vestido ejecutivo rojo, entallado, que marcaba su figura. El escote era discreto, pero lo justo para imponer, su cabello rubio, iba recogido en un moño alto y elegante y los labios, rojos como el vestido, eran una promesa de poder.
Kate no era sensualidad barata, era poder real.
Cuando bajó del auto, en el estacionamiento del edificio donde estaba su bufete, el vigilante le sonrió con respeto.
—Buenos días, señora Langley.
—Buenos días, Tom —respondió con su habitual seguridad, devolviéndole una sonrisa.
Subió y apenas llegó al vestíbulo, los abogados y asistentes ya hablaban de su victoria más reciente.
—¡Langley! Increíble lo de ayer, ¿eh? Le diste una paliza a Reid.
—No dejas de sorprender, Kate.
Ella solo sonreía, agradecía, y avanzaba. Hasta que Eva, su secretaria, la interceptó con tablet en mano y una sonrisa brillante.
—Tu agenda, jefa. A las diez tienes reunión con los de Straton Banking. A las once, videoaudiencia con Madrid. A las dos, revisión de pruebas en el caso Winters. Y…
Kate tomó su café mientras Eva seguía hablándole. Se detuvo un segundo a revisar unos archivos sobre un archivador lateral.
—Ah, y casi lo olvido ―dijo Eva recordándolo ―Tienes un nuevo cliente.
Kate alzó la vista.
—¿Uno nuevo?
—Ajá. Súper guapo, por cierto. Impecable. De esos que entran y hacen que todos los del piso se callen. Y, según la recepcionista… tiene dinero. Mucho. Y... —le dio un codazo con picardía— te pidió a ti.
Kate parpadeó, desconcertada.
—¿A mí?
—Sí. Pidió exclusivamente a la abogada Langley. Dijo, textualmente, que quería “a la mejor de Londres”.
Kate levantó una ceja.
—¿Y dónde está?
—En tu oficina.
Kate asintió entregándole el café que ya no tenía intención de beber y de la nada, sintió una extraña presión el pecho, no le dio importancia y caminó hacia su oficina, pero antes de entrar, se detuvo.
Se acomodó el vestido, se pasó los dedos por el moño para asegurar su peinado y respiró hondo.
—Vamos, Kate… es solo otro cliente. Prepara tu sonrisa.
Abrió la puerta.
—Buen…
La palabra se ahogó en su garganta y su cuerpo entero, se paralizó, mientras su corazón dejaba de latir por un segundo eterno.
Porque sentado frente a su escritorio, con un porte imposible de ignorar, estaba Grayson Maxwell, su marido.
El mismo cabello negro, ojos azules como el hielo, idénticos a los de Oliver. Traje oscuro, postura imponente, rico, elegante y malditamente intimidante.
Por su parte, Grayson no pudo evitar recorrerla con la mirada, de forma lenta. Desde sus tacones hasta la línea de su cuello, deteniéndose en sus labios carmesí. Recordando el sabor. Ella era la misma mujer de la que se había alejado hace siete años.
Solo que ahora… era aún más peligrosa.
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