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CONQUISTANDO A MI EXESPOSA SECRETA romance Capítulo 8

C8-YA ESTA OCUPADA.

Gianna se miró en el espejo roto de la habitación y sus manos temblaban mientras intentaba cubrir con maquillaje barato los moretones que Veruska le había dejado en la cara y en el cuello.

—Date prisa —ordenó la mujer—. Tenemos que estar en el club cuanto antes.

El estómago de Gianna se retorció, porque solo de pensar en Deveraux, en su respiración pesada sobre ella, sintió ganas de vomitar y Veruska, al verla, soltó una carcajada hueca.

—¿Sabes que hay cambios de planes? —se inclinó para susurrarle al oído—. Deveraux ahora quiere que atiendas a otro cliente importante. Pero este… —la mujer sonrió con malicia— no es tan atractivo como el anterior.

Las palabras fueron un cuchillo que la dejó paralizada y por un instante pensó en Adler y la calidez que había sentido entonces ahora se transformaba en un frío punzante. Él no le había creído, la dejó sola, la abandonó en el mismo infierno del que había rogado escapar.

—Ya… ya estoy lista —murmuró, poniéndose de pie.

Veruska la observó de arriba abajo, con una mueca de desprecio.

—Incluso con esta vida, sigues siendo hermosa. —Chasqueó la lengua, fastidiada—. Vamos. Esta noche te llevo yo.

El camino hasta el salón del club, fue como un viaje en piloto automático. Gianna caminaba sin mirar a los lados, sin registrar las luces ni los murmullos de la gente. Era un cascarón vacío siguiendo a Veruska y cuando entraron al mismo salón donde había visto a Adler por primera vez, un rayo de esperanza la atravesó: ¿estaría allí?

Pero sus ilusiones se hicieron pedazos en cuanto vio a los hombres reunidos. Eran rostros distintos, todos marcados por la arrogancia y el vicio y el único conocido era Deveraux. El hombre se levantó apenas la vio, mientras su sonrisa grasienta la recorría con descaro.

—Mira nada más… estás más hermosa—dijo con voz ronca, clavando los ojos en ella.

—Gracias —respondió Veruska con coquetería, inclinando la cabeza, orgullosa. Luego empujó a Gianna hacia adelante con un gesto brusco—. Aquí está lo que pidió. Espero que… sea tan eficiente como anoche.

—Oh, sí… creo que sí lo fue. Me hizo cerrar un trato. Aunque… —tomó a Gianna del mentón y levantó su rostro obligándola a mirarlo—, no olvides que me rechazaste por ese insípido de Adler.

La sala estalló en risas.

—Es pésimo en la cama —continuó Deveraux con sorna—. Es de los hombres más aburridos que conozco.

Todos rieron con estrépito, incluyendo a Veruska, que no perdió la oportunidad de clavarle una última advertencia a Gianna antes de marcharse.

—Compórtate… o lo vas a lamentar.

La puerta se cerró detrás de ella, y Gianna sintió cómo su pecho se apretaba con un terror insoportable. Deveraux volvió a sonreír, acariciándole la mano como si fuera un gesto tierno.

—Ven, muñequita. No tengas miedo… no vamos a hacerte daño. —Sus ojos brillaban de perversión mientras señalaba a los demás—. Bueno… siempre que te portes bien, claro está.

Las carcajadas volvieron a llenar la sala y un hombre de unos cuarenta, con una complexión brutal y cicatrices en la cara, se acercó.

—¿Es ella…?

—Sí —respondió Deveraux, orgulloso—. ¿Cómo la ves, Boris? ¿Se adapta a tus gustos?

El hombre prácticamente la saboreaba con los ojos.

—Claro que sí… tiene una piel perfecta para lo que quiero hacer.

La risa general volvió a estallar y Gianna cerró los ojos con fuerza, deseando morir allí mismo.

Más tarde, el chofer abrió la puerta y Adler bajó del auto con la misma calma calculada que usaba en cualquier reunión importante. Cerró la chaqueta de su traje negro a medida y caminó hacia la entrada del club sin mirar a nadie.

Deveraux no era un desconocido para él: era un hombre de negocios con contactos valiosos, pero con gustos cuestionables que siempre lo arrastraban a tugurios como aquel y Adler estaba seguro de que si alguien sabía dónde estaba la chica de la noche anterior, sería él.

Al entrar al salón, lo recibió el humo espeso y las risas de un grupo de hombres rodeados de nuevas chicas y ninguna era Gianna.

Algo se quebró dentro de Adler y antes de pensarlo, lo tomó por el cuello y lo estampó contra la pared. Los guardias de Deveraux reaccionaron de inmediato, y los hombres de Adler también, apuntándose unos a otros en un choque silencioso de fuerzas.

—¿Dónde? —siseó.

Deveraux, aún atrapado entre sus dedos, soltó una risa ronca.

—Oh, vamos… ¿vas a enojarte por un coño? Hay más, elige otra.

—Te pregunté… ¿dónde? —repitió Adler, apretando con más fuerza.

—Y si no me da la gana —escupió Deveraux con soberbia—. ¿Qué harás? Dime, ¿qué vas a hacerme?

Adler sonrió, y su sonrisa fue letal.

—Recordarte que la millonaria es tu esposa, no tú. Y que sin ella, no serías más que otro gordo arruinado. ¿Quieres que le llegue un informe detallado de tus noches aquí?

La sangre se drenó del rostro de Deveraux y su soberbia se quebró, aunque intentó mantener la compostura.

—Maldito… .

—Ahora responde. ¿Dónde está? —repitió Adler, implacable.

Deveraux tragó saliva y cedió.

—Habitación 407.

Adler lo soltó y dio la vuelta sin darle más importancia, ahora solo se concentraba en subir por ella en ese mismo instante.

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