Alrededor, los murmullos de los comensales llenaron el aire de tensión.
Vanessa, con el ceño fruncido, soltó en voz alta:
—¡Ya eres mamá de dos niños! ¿No te da vergüenza? Por tu culpa, la familia Rivas está a punto de convertirse en el hazmerreír de toda la alta sociedad de Ciudad Beltramo.
Al escuchar que Joana ya era madre de dos hijos, varios presentes se quedaron boquiabiertos.
—¿En serio? Tan joven y ya tiene hijos, ni parece.
—¿Y eso qué? Aunque haya tenido hijos, igual engañó a su esposo. —Chasqueó la lengua alguien cerca—. Qué sucia, ni me imagino…
—Una mujer así no se respeta. Bah, da asco.
Las palabras malintencionadas, lanzadas a quemarropa, la alcanzaban desde todos los rincones.
Joana, imperturbable, terminó su sopa de cebolla con una calma envidiable.
Apenas depositó la cuchara, vio llegar dos figuras apresuradas hacia la entrada. Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios.
—Vaya, ahora sí que ya estamos todos.
—Joana, ¿qué demonios estás haciendo? Aunque estés molesta, ¡no tienes por qué buscarte a cualquier tipo! ¿Sabes el peligro en el que te pones con esas cosas?
Fabián llegó con el semblante serio, casi a punto de explotar.
Desde que Vanessa le había mandado aquellas fotos, había sentido el estómago revuelto de preocupación. Y al enterarse de que se trataba de Joana con otro hombre, la rabia lo desbordó. Encima, Joana estaba embarazada. ¡Qué valor tenía!
Tatiana, al enterarse, se había empeñado en acompañarlo a toda costa, preocupada de que Joana hiciera alguna locura. Además, quería aprovechar para pedirle disculpas formalmente.
Fabián, al ver la insistencia de Tatiana, acabó llevándola consigo.
Tatiana le sujetó el brazo cuando sintió que Fabián estaba a punto de perder el control.
—Fabián, tal vez todo es un malentendido. No te aceleres. Estos días, apenas y si tienes tiempo para mí. Joana seguramente se siente sola.
Luego, volviendo la mirada hacia Joana, el rostro invadido por la culpa, murmuró:
—Joana, estos días he estado inconsciente en cama…
Las miradas de los curiosos se clavaron con más intensidad, como si disfrutaran del espectáculo.
Joana masticó despacio el último trozo de carne de su plato. Al escuchar a Fabián, sintió cómo la pintaban como si fuera la peor persona del mundo.
Otra vez lo mismo: nadie preguntaba qué había pasado, nadie quería escucharla. Solo la señalaban y la juzgaban.
Ya estaba harta.
Dejó los cubiertos con un golpe suave sobre la mesa.
Sin molestarse en mirar a los cuatro que tenía enfrente, posó la vista en aquella señora que había lanzado el insulto más fuerte minutos antes y preguntó:
—Mire, ahí tiene a mi esposo y a su amiga. Dígame, ¿usted ve algo raro en esta escena?
La señora, una mujer elegante de unos cuarenta y tantos años, se quedó helada por un segundo.
Luego, al reparar en la escena —un hombre abrazando a otra mujer frente a su esposa, sin ningún pudor—, su expresión cambió por completo.
¡Eso era todavía más descarado que engañar a escondidas!

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