La mujer escaneó de arriba abajo a Fabián y Tatiana, con una mirada tan despectiva que hasta el aire se sentía denso.
—En vez de estar controlando a su esposa, mejor mírese a usted mismo. Tanto que hablan de igualdad, pero en eso de engañar, ustedes dos hasta parecen competencia. Por lo menos su esposa, con ese tipo guapo, solo estuvo platicando y pidiendo comida; no vi que hicieran nada que se saliera de contexto.
Valeria, marcada por las infidelidades de su papá y esposo, aborrecía estos temas con cada fibra de su ser. Por eso, cuando aquellas dos chicas salieron a reclamarle a Joana, ella no pudo evitar sentirse identificada. Pero ahora que el esposo de Joana hacía su aparición, resultaba todavía más desagradable.
—¡Uno viene a probar algo nuevo y termina llenándose de coraje! —masculló Valeria, apretando los dientes.
El apoyo de los curiosos encendió la furia de Fabián.
—¡Tatiana y yo solo somos amigos! Joana, deja de malinterpretar lo que hay entre nosotros solo porque estás celosa.
Joana no contestó. Permaneció sentada, la mirada clavada en la mesa, los ojos bajos, como si el peso del mundo cayera sobre sus hombros. Su actitud, para cualquiera que la observara, la hacía ver como la víctima.
Las miradas de los clientes se volvían cada vez más curiosas. El ambiente se cargó de murmullos.
Fabián, ya sin poder contenerse, explotó:
—Joana, si no fuera por ti, Tatiana no habría terminado en el agua. Y eso que antes de venir todavía te defendía, diciendo que seguro todo había sido un malentendido. ¿Y tú qué hiciste? No solo armaste un escándalo sino que ahora andas inventando cosas. Ya no sé ni qué pensar de ti.
Joana apretó la tela del mantel hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
—Ajá. La otra vez le diste la mano porque, según tú, tenía frío. Ahora la abrazas porque se siente débil. Fabián, ¿quieres que te recuerde por qué fue que terminó en el agua?
El silencio fue tan profundo que hasta el aire parecía detenerse.
Fabián, por primera vez, no supo qué responder. Su mirada hacia ella era un revoltijo de emociones.
Los clientes, enganchados con el drama, no podían apartar la vista. Olía a chisme grande.
La esposa parecía ser la que cargaba con todo el dolor.
Tenía a los cuatro rodeándola, como si no la dejaran salir hasta que entregara a su supuesto amante.
—¿Amante? ¿Dónde está ese amante? Sra. Joana, dígale que venga, yo también quiero conocerlo.
Una voz masculina, con tono burlón, rompió la tensión. Un hombre de piernas largas se abrió paso entre la multitud y se sentó frente a Joana, como si nada.
Un par de ojos grises y profundos brillaban con interés divertido.
—¡Es él! ¡Ese fue el que estaba comiendo con la señora hace rato! —exclamó una de las chismosas del lugar.
La gente que reconocía a Arturo tragó saliva, nerviosa.
Vanessa lo reconoció de inmediato: era de la familia Zambrano.

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