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Cuando el Anillo Cayó al Polvo romance Capítulo 190

—¡Maldita sea, hay policías! ¿De verdad se atrevieron a jugar conmigo? —El líder de los asaltantes sujetó a Joana del brazo, y con un movimiento tan rápido como una serpiente, sacó su pistola y la apuntó directo a la sien de Joana.

Fabián también se quedó helado.

Él no había llamado a la policía.

¿Habrían sido los de la casa quienes dieron aviso?

Desde el inicio, los asaltantes traían armas encima.

El tipo tenía la mirada cargada de furia.

—¿Crees que esto es un juego? ¿De verdad piensas que soy un santo? ¡He matado a tanta gente que podría llenar toda esta Bahía del Tiburón con sus cuerpos!

—¡Tranquilo! ¡Suéltala! Te doy el dinero ahora, déjalos ir y tú también vete —Fabián, apretando a Tatiana contra sí, luchaba por calmar a aquel tipo fuera de sí.

El asaltante, con una sonrisa torcida, soltó:

—¡No me quieras ver la cara! Esa mujer no es más que un peón entre tú y tu amante, ¿de veras crees que nos tragamos que te importa tanto? Te lo digo de una vez, estoy aquí solo porque me pagaron para... ¡ah!

—¡Pum!

—¡Jefe!

El disparo sonó de pronto. El líder de los asaltantes cayó de rodillas, la bala le había dado justo en la pierna.

Eso solo lo enfureció más.

—¡Maldita sea! Hoy, aunque me muera, me voy a llevar a uno conmigo —vociferó, fuera de sí.

Fabián giró, desbordando rabia.

—¡No disparen! ¡Todavía tienen rehenes, ¿están locos?!

—¡Jajajajajajajaja! Así que al final sí te importa tu esposa, Sr. Fabián. Pero el amor tardío no vale nada. ¡Quiero que veas con tus propios ojos cómo una bala atraviesa su bonita cabeza y cómo se desparrama su cerebro! —El asaltante, apretando la herida de la pierna, levantó el arma con la otra mano.

Su expresión se retorció hasta volverse demencial.

Poco a poco, apretó el gatillo.

Joana cerró los ojos.

Se preparó para recibir la muerte con serenidad.

Qué lástima... No pudo ver a su abuelo una última vez.

En este mundo, la única persona a la que sentía haberle fallado era a él.

Otra vez lo haría sufrir.

Fabián, con el semblante tan tenso que parecía de piedra, apenas pudo soltar un grito:

—¡No!

—¡Pum!

El disparo retumbó de nuevo.

Joana no sintió dolor.

Qué raro... Su cuerpo ya estaba tan adormecido.

—¡Mamá!

...

Sus hijos la llamaban.

Se preguntó si Dafne, al verla morir, sentiría aunque fuera un poquito de arrepentimiento por lo que había hecho ese día.

Quizá la olvidaría pronto.

Después de todo, para ellos, su madre nunca fue un ejemplo.

La odiaban, la rechazaban.

Toda su vida, ya fuera como hija, nieta o mamá, parecía que había fracasado en todo.

Si existiera otra vida... si de verdad hubiera otra oportunidad...

Joana se hundió en el azul profundo del mar, con los ojos medio abiertos, dejando que el agua la envolviera hasta quitarle la vista.

Pero entre la penumbra, un rayo de luz atravesó la superficie.

Esa silueta que se lanzaba hacia ella despertó recuerdos que creía enterrados para siempre.

¿Acaso... ya antes había vivido algo así?

Las pesadillas se repetían en su mente una y otra vez.

Joana ya no podía distinguir si se trataba de recuerdos o de la realidad.

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