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Cuando el Anillo Cayó al Polvo romance Capítulo 197

Lisandro sollozaba mientras negaba suavemente con la cabeza.

—Bisabuelo Diego, aquí es mi casa, no me quiero ir a ningún lado.

Sebastián, temblando de rabia, dio un paso adelante y regañó:

—¡¿Cómo es posible que Joana haya criado a estos dos malagradecidos?!

Al oír eso, los dos hermanos rompieron en llanto, aún más fuerte.

Renata no soportaba ver a sus nietos tristes. Los abrazó con fuerza y, con palabras filosas, lanzó su veneno hacia los dos hombres:

—¡Ya estuvo bueno! ¿No escucharon que los niños no quieren irse con ustedes a esa familia Osorio que tienen? ¡A nadie le importa! Si siguen presionando, no tengo problema en llevar esto hasta los tribunales.

—¡Ya cállate y no digas más tonterías! —interrumpió el señor Aníbal, lanzándole una mirada cortante a Renata. Después se dirigió a Diego—: Diego, todavía no sabemos dónde está el cuerpo de Joana. No te precipites en decidir el futuro de los niños. Aunque su mamá ya no esté, te aseguro que aquí nunca les va a faltar nada.

Diego no contestó. Solo miraba fijamente a los dos niños desconsolados.

Volvió a preguntar, con voz cansada:

—Dafne, Lisandro, ¿de verdad no quieren irse conmigo, su bisabuelo Diego?

—¡No quiero! ¡Jamás me iría con la familia Osorio! —soltó Dafne, con determinación.

Temía que si tardaba en responder, se la llevarían a la fuerza a vivir una vida miserable con los Osorio.

Lisandro, aún dudoso, negó de nuevo:

—Bisabuelo Diego, cuando tenga vacaciones, yo voy a visitarlo a la familia Osorio.

Diego guardó silencio.

Después de un rato, forzó una sonrisa que intentó parecer despreocupada:

—Está bien. Si no se vienen conmigo, menos preocupaciones para mí.

Pero sus ojos, llenos de arrugas y cansancio, guardaban una tristeza profunda.

Sebastián no soportaba ver a su abuelo así.

En el fondo, él solo quería llevarse a los niños para que no sufrieran en medio de los problemas de la familia Rivas. Quería cuidar el último recuerdo que quedaba de Joana.

—¿Y qué? ¿Ahora ni la verdad se puede decir? ¡La familia Osorio es puro infortunio! ¡Uno a uno se van muriendo! Hoy fue Joana, mañana quién sabe, capaz y te toca a ti, escuincle. Mis nietos ya nacieron delicados, y fue por culpa de ustedes. Si no fuera por la familia Osorio, no habrían sufrido tanto. ¿Ahora todavía pretenden llevárselos? ¡Por mí que ni lo sueñen!

—¡Tú sí que no tienes remedio! —Sebastián ya no encontraba palabras del coraje.

Renata, con aires de triunfo, se burló:

—¿Qué, ya no tienes nada que decir? Ja, ja. Hoy aunque Joana estuviera aquí, ustedes no podrían venir a hacer lo que se les da la gana en la casa de los Rivas.

El rostro de Diego se descompuso. Tomó su pañuelo y, de pronto, comenzó a toser de manera violenta.

Grandes manchas de sangre tiñeron el pañuelo.

—¡Abuelo! —Sebastián, al verlo, se puso pálido y los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¡Ustedes, los Rivas, ya no se pasen de la raya!

Fabián sostuvo a Renata para que no siguiera diciendo más barbaridades.

Justo en ese momento, el secretario entró apurado al cuarto.

—¡Lo encontramos! ¡Aparecieron el crucifijo y el abrigo que la señora llevaba cuando se fue!

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