El rostro de Quintín ardía por el golpe.
Aun así, Karina seguía sin ceder:
—Ustedes, la gente importante, hasta se nota que jamás se quedarían en un cuarto de quinientos pesos. ¿Por esta mujer, de verdad vale la pena?
Desde el primer momento había reconocido el traje a la medida que llevaba el hombre. Con lo que costaba uno solo, podría comprar ese departamento sin problema.
Arturo ocultó la sonrisa en su mirada y se sentó junto a Joana.
—Pago cinco mil al mes.
El agente inmobiliario, que ya había perdido toda esperanza, casi dio un salto de alegría. Miró a Arturo como si acabara de ver un milagro.
Si lograba rentar ese departamento hoy mismo, todavía se embolsaría mil pesos de comisión. ¡Y además, podría quedarse con la mitad de la comisión del inquilino!
—¡Señor, traigo el contrato de arrendamiento! Si quiere quedarse con el departamento, podemos firmar ahora mismo.
Dijo, rebuscando con manos temblorosas los papeles en su portafolio.
Joana frunció el ceño y negó con la cabeza hacia Arturo. Sabía que él lo hacía solo para apoyarla, porque no soportaba quedarse de brazos cruzados ante la situación. Pero aun así, no quería que él tirara el dinero de esa manera.
Arturo le guiñó el ojo, y por un instante, Joana se quedó pasmada al ver cómo sus ojos grises se iluminaban con una sonrisa.
Pero en cuanto volvió la cara hacia el agente, regresó a su expresión seria de siempre.
Arturo tomó la pluma del escritorio y escribió su nombre en el contrato de arrendamiento, como si estuviera firmando un acuerdo millonario. A pesar de lo común del trámite, su porte hacía que aquello pareciera la firma de un trato de cientos de millones.
El agente no cabía en sí de la emoción:
—Aquí todavía dice que la renta es de quinientos al mes, pero ahorita lo corrijo y...
—No hace falta —interrumpió Arturo, bajando la mirada mientras sacaba su celular.
—¡Ah, sí, claro!
El agente, creyendo que el cliente no quería más complicaciones, asintió sin parar y preguntó con cautela:
—Entonces... señor, ¿la comisión?
—El código para recibir el pago.
—¡Claro!
El agente mostró su código de cobro de inmediato.
Los segundos transcurrieron en tensión, hasta que el sonido de un depósito de quinientos pesos hizo que el agente respirara aliviado. Sin embargo, apenas iba a preguntar algo, sonó otro aviso: un depósito de doscientos cincuenta pesos.
El agente se quedó petrificado.
—¿Pero esto qué significa?

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