Joana miró hacia la puerta, justo cuando Renata entraba con una actitud desafiante.
—¡Mira nada más, mocosa! ¡Mi hijo sigue sin despertar y tú tienes el descaro de descansar!
Diego frunció el ceño, conteniendo la molestia.
—Joana también está herida. No puedes hablarle así.
—Diego, siempre lo he visto a usted como un mayor de respeto, pero no se meta en este asunto. Joana sigue siendo nuera de la familia Rivas. Ya se casó, y como dicen, hija casada es agua derramada; mejor ahórrese las preocupaciones.
Renata se adentró en la habitación sin ningún pudor, observando todo con detenimiento.
Al ver los suplementos caros sobre la mesa, soltó por lo bajo:
—Queriendo aparentar lo que no son.
Joana notó cómo el ánimo de su abuelo se tensaba, lo tomó de la mano y, con una mirada cortante, encaró a Renata.
—¿Qué es lo que quieres ahora?
—¿Qué quiero? ¡Quiero verte muerta! —Renata le lanzó una mirada cargada de rencor.
¡Esta mocosa sí que es dura de matar!
¡Y para colmo sobrevivió!
Si hasta esta maldita pudo despertar, ¿por qué su hijo no podía?
Renata se calentaba más y más con cada pensamiento.
—Ya que no te moriste, más te vale empacar tus cosas y largarte a cuidar a Fabián.
—¡Renata, ya basta! —le soltó Diego, con la voz temblando de furia.
Joana reaccionó rápido, apartándolo de la línea de fuego, tomó las sábanas y se plantó frente a Renata.
—Fabián y yo ya estamos divorciados. No tengo ninguna obligación ni responsabilidad de cuidarlo.
Renata soltó una carcajada desdeñosa.
—¿Divorciados? Mi hijo sigue en la cama, ¡ni sueñes con que te vas a divorciar! Escúchame bien, Joana: ir a cuidar a Fabián es tu mayor deber y responsabilidad ahora mismo.
Diego, acostumbrado a lidiar con artistas excéntricos en toda su vida, jamás se había topado con una persona tan terca.


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Cuando el Anillo Cayó al Polvo