Graciela lloraba desconsolada, cada palabra suya parecía arrancada del alma.
La puerta de la habitación, casualmente, seguía abierta.
Eso atrajo la atención de pacientes y familiares que pasaban por el pasillo del hospital. Pronto, varios se detuvieron a mirar el espectáculo.
—Mira nada más, este señor ya está bastante grande, seguro ya no le queda mucho tiempo, ¿cómo se atreve a pelearse así con su hijo? ¿No le da miedo que, si se enferma otra vez, nadie quiera cuidarlo?
—Ya ves cómo son los ricos, seguro tienen manías bien raras. Mira a esa señora, llora como si se le fuera la vida, y él ni se inmuta. Seguro en la casa siempre quiere salirse con la suya solo porque ya está viejo.
El murmullo de los curiosos afuera de la habitación crecía. Cada vez más personas se sumaban al chisme, y el ambiente se llenaba de comentarios y susurros.
La jugada de Graciela, volteando la situación a su favor, hizo que muchos de los presentes tomaran partido sin saber bien la historia.
Algunos incluso empezaron a alzar la voz:
—Oiga, don, ¿por qué no deja que la señora se explique bien? Ni modo que solo porque es su hijo lo trate así. ¡Eso no se vale!
—¡Sí, eso no se hace!
Las voces de apoyo se multiplicaron enseguida.
Diego, furioso, sentía que la presión le subía de golpe. Los ojos se le abrieron como platos, y la cara se le puso roja de enojo.
Levantó la mano, listo para soltarle una cachetada a Graciela.
Pero ella ni se movió. De hecho, eso era justo lo que esperaba.
En su vientre, esa masa que ni siquiera se desarrollaba bien, era su carta secreta. Si en ese momento sufría un accidente, podría culpar a Diego y así quitarlo de en medio para siempre. Sabía que Diego tenía sus creencias y nunca permitiría que lo culparan por haber causado la pérdida de un bebé. Si lograba que todos pensaran que él era el responsable, nunca más se atrevería a meterse en los asuntos entre ella y Benjamín.
Así, ella podría seguir haciéndose la víctima y Diego terminaría por obedecerle en todo. Con eso, tenía el control asegurado.
Ni siquiera Benjamín estaba enterado de su plan. Si él se enteraba, seguro echaría todo a perder.
Instintivamente, Graciela se llevó la mano al vientre, lista para montar el teatro.


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