Renata se quedó paralizada, como si le hubieran echado un balde de agua helada.
—¿Qué dijiste?
—Te repito: desde el principio fui yo quien gestionó la baja de Lisandro, lo mandé de regreso al país para que buscara a Joana y trataran de arreglar su relación de madre e hijo —respondió Simón, agotado, como si cada palabra le pesara el doble.
Recordó aquellos días en el hospital, cuando todos intentaron hablar con Joana para convencerla de quedarse. Pero ella los había echado a todos sin miramientos. Simón entendía que esa mujer había tomado su decisión y nada la haría retroceder, salvo el propio hijo.
Por eso, mientras menos supieran del asunto, mejor. Ni siquiera su esposa estaba al tanto; jamás imaginó que eso casi arruinaría todo.
—¿Simón, estás loco? ¡¿Cómo se te ocurre dejar a Lisandro con esa mujerzuela?! ¡¿Acaso no lo consideras tu nieto?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! —Renata, fuera de sí, se lanzó a golpearlo en el hombro.
Simón solo pudo suspirar, resignado.
—Justamente por esto no te lo conté.
Si ella lo hubiera sabido desde un principio, seguro habría saboteado el plan.
—¡Simón! ¡Ya estás viejo y ahora sí que te volviste loco! —Renata temblaba de rabia—. ¿Acaso ya no hay más mujeres en este mundo? ¿Fabián tenía que casarse con esa Joana? ¡Esa tipa no vale nada!
El semblante de Simón se endureció. Sujetó el brazo de Renata, que manoteaba sin control.
—¡Papá ya sabe lo de la enfermedad de Fabián! ¡Ya se enteró y vino desde Estados Unidos! ¿De verdad crees que Hugo Rivas no iba a descubrirlo? Ahora ya se llevó a ese inútil de su hijo para encargarse de la empresa. Sí, tienes razón, hay muchas mujeres, pero solo casándose con Joana puede Fabián asegurar su lugar en la compañía. ¿Crees que, como está ahora, puede ser un buen heredero? Si pierde el apoyo de papá, está acabado para siempre.
Renata, sin más argumentos, se derrumbó en llanto.
—¡Simón, eres un desgraciado! ¡Solo sabes gritarme!
—Señor, señora, por favor, ya no discutan. Fabián sigue aquí, y el doctor dijo que los pacientes en coma también pueden escuchar. Si él se entera, seguro le va a doler mucho —intervino Tatiana, acercándose para separarlos.
—¿Tú quién te crees? ¡Lárgate!
Justo cuando Tatiana intentó apartar a Simón, él la empujó sin contemplaciones. Ella perdió el equilibrio y cayó de rodillas al piso.
—Señor, no fue mi intención, perdón —musitó ella, con los ojos aguados.



VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Cuando el Anillo Cayó al Polvo