Tatiana empujó la puerta y entró apresurada.
El semblante de Simón se endureció.
—¿Quién te dio permiso para entrar?
—Simón, ¿por qué gritas? —Renata lo apartó con suavidad—. Tatiana, ven, platica con la señora, cuéntale bien.
El despertar repentino de Fabián había dejado a Renata entre asustada y emocionada.
Siete años atrás, su hijo adoraba a esa muchacha más que a nada en el mundo.
Si ahora ella accedía a colaborar en el tratamiento de Fabián, seguro su recuperación iría mucho más rápido.
—Señor, señora, el doctor dijo que es mejor que alguien cercano acompañe a Fabián, así podría ir recuperando recuerdos. Pero, con la actitud de Joana, eso está imposible.
—¡Esa muchacha, encima que se niega todavía! —Renata bufó, sin lograr ocultar su disgusto.
En el fondo, la duda la carcomía.
Antes, si se trataba de Fabián, Joana habría corrido sin pensarlo a cuidarlo.
Ahora, después de tanto tiempo en coma, Joana solo lo visitó una vez.
Ni siquiera le importó el prestigio de su suegro. Y ahora que Fabián despertó, seguro menos querría verse involucrada.
Tatiana habló en voz baja, casi susurrando:
—Señora, no se altere, yo estoy dispuesta a ocupar el lugar de Joana y permanecer al lado de Fabián, pero necesito hacerlo como su esposa.
—Tatiana, no te pases de lista —soltó Simón, que había permanecido callado hasta ese momento.
—Señor, entiendo su inquietud, pero creo que me malinterpreta. Sí, quiero mucho a Fabián, pero jamás aprovecharía la situación para sacar ventaja —Tatiana bajó la mirada, con un aire de tristeza.
Simón la estudió con una mirada difícil de descifrar.
—Sigue.
Tatiana asintió:
—Fabián es muy inteligente. Si se entera de que han pasado siete años, va a sospechar por qué no nos casamos, y hasta podría buscar a Joana. Eso, en este momento, podría hacerle mucho daño.
Tenía razón, y nadie podía negarlo.
Aun así, Simón sabía que su intención no era tan inocente como parecía.
Se volvió hacia el médico.

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