—¿¡Qué dijiste?! —exclamó Hernán, su voz sonó como un trueno en la sala.
El gerente del lugar, empapado en sudor, apenas podía articular palabra mientras temblaba.
—Hace un momento... cuando no estabas, fue la señorita Joana quien engañó al personal del frente, abrió ese privado y se topó con la gente que tú habías acomodado ahí.
Hernán entrecerró los ojos, una chispa de peligro encendió su mirada.
—¿Cuál Joana? —dijo, dejando un silencio pesado antes de añadir—. No me digas que es la Joana que estoy pensando...
El gerente tartamudeó, encogiéndose de hombros.
—Sí... sí, es ella.
Hernán dejó escapar una risa incrédula, cargada de molestia.
¡Vaya con Joana! No era la primera vez que le arruinaba los planes con Tatiana.
A él siempre le había sobrado el cariño de varias novias, así que Jimena no le importaba demasiado. Sin embargo, en los últimos años, esa niña había ganado terreno en el medio, hasta el punto de empezar a eclipsar a Tatiana.
Por eso, él se le acercó adrede, usando sus viejas tretas hasta que Jimena cayó y aceptó ser su novia. Aprovechó la relación para hacerla desistir de varios trabajos, con la excusa de que necesitaba compañía. Lo que nunca imaginó fue que una serie barata y sin pretensiones que ella grabó terminara por explotar en popularidad. Ahora hasta la prensa la llamaba la nueva promesa, capaz de competir con la mismísima Tatiana.
¿Acaso ella estaba a la altura? ¡Por supuesto que no!
Tatiana llevaba días de malas pulgas, y Hernán, con sólo preguntar, descubrió que la causa era nada menos que Jimena, su supuesta "novia".
Pero Jimena venía de una familia de renombre, de educación estricta, sin escándalos en su historial. La única vez que apareció en una noticia negativa, fue por estar con él.
Hernán apretó los labios, una mueca de desprecio se dibujó en su cara.
—¡Pues que no me culpe si tengo que actuar!
Había contratado a dos matones de barrio, usando el pretexto de “reunirse con los papás”, para llevar a Jimena al privado. Cuando todo saliera como planeaba, soltaría videos comprometedores de ella, acompañados de un “escándalo de chica inocente con doble vida”. Eso bastaría para enterrar su carrera.
Todo iba perfecto... hasta que esa tal Joana se metió en el medio y echó a perder el plan.
Una sombra oscura cruzó los ojos de Hernán.
—Averigua de inmediato quién más está con Joana en su privado —ordenó, la voz seca y cargada de veneno.
Joana le agradeció con un gesto y se sentó junto a Sabrina.
Fue entonces cuando se enteró de quiénes eran los dos hombres: el de los rizos era Raúl, diseñador estrella de la marca Cúspide Textil. Nada pasaba a producción sin su aprobación, y era famoso por su ojo crítico; los múltiples rechazos de la empresa se debían a su exigencia. A su lado estaba Óscar, el dueño de la marca.
Ambos habían llamado la atención en redes hace un tiempo por salir vistiendo una línea de ropa deportiva para parejas. Esos rumores les persiguieron, aunque nunca aclararon su relación en público.
Mientras los dos se levantaban para ir al baño, Sabrina aprovechó para soltarle el chisme a Joana.
Joana escuchó, y el rubor le cubrió las mejillas.
Sabrina soltó una risilla.
—Hoy nos fue bastante bien. Mira que Raúl, con lo exigente que es, casi ni nos puso peros. Yo creo que ya quedó el trato. Por cierto, Joana, ¿te pasó algo mientras venías para acá?
Joana estaba a punto de responder, pero la puerta del privado se abrió de golpe.
Un hombre de rostro adusto se asomó.
—Disculpen, pero la colaboración entre Cúspide Textil y su empresa queda suspendida por ahora.

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