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Cuando el Anillo Cayó al Polvo romance Capítulo 44

Las piernas de los dos hombres que acababan de ser capturados se aflojaron de inmediato.

¡Apenas acababan de salir de la cárcel!

¿No que el señor Hernán había prometido que todo saldría perfecto y que, después de acostarse con esa mujer, tendrían la vida resuelta para siempre?

—¡Quiero ver a su jefe, quiero ver a su jefe, al señor Hernán!

El tipo gordo, que parecía el cabecilla, forcejeaba tratando de zafarse del agarre de los guardias, gritando como si así pudiera cambiar el destino.

El escándalo en el privado ya había atraído la mirada de varios curiosos que pasaban por ahí.

El subgerente, al escuchar el nombre de su jefe, se puso más pálido que una hoja y después se le hizo la cara de piedra.

—¡Cállale la boca!

En ese momento, llegaron tanto la policía como el personal del hospital.

Joana acompañó a Jimena hasta la ambulancia.

—Tu representante llegará pronto al hospital. No tengas miedo —le dijo con voz tranquila.

Jimena, con lágrimas corriéndole por las mejillas, intentó calmarse.

—Gracias... de verdad.

Joana negó con la cabeza, suave.

—Si necesitas que te ayude como testigo, solo márcame.

Vio cómo se llevaban a Jimena y revisó la hora. La cita con el cliente estaba cerca, pero por suerte aún tenía margen. Ella siempre tenía la costumbre de llegar media hora antes a los encuentros importantes.

Aceleró el paso rumbo al privado donde la esperaban. Sin embargo, justo al llegar, un hombre alto se interpuso en su camino.

—Vaya, señora Rivas, ¿qué milagro la trae por aquí? —dijo el hombre, vestido con ropa de moda, cabello castaño ligeramente ondulado y una sonrisa ladina que destilaba veneno disfrazado de broma.

Joana lo ignoró por completo y trató de avanzar, pero el tipo estiró la pierna y le bloqueó el paso.

—¿Y eso? —Hernán se le acercó tanto que le invadió el espacio, mirándola de arriba abajo—. No me equivoqué de persona, ¿verdad? Hoy anda de malas, señora Rivas.

Joana no cayó en el juego de sus provocaciones.

Cuando recién se casó, Fabián solía desaparecer toda la noche. Ella iba a buscarlo a los bares, pero siempre le ponían trabas.

—Señora Rivas, no nos ponga en aprietos —le decían los empleados.

Y justo en esas, Hernán pasaba y le lanzaba una puñalada disfrazada de burla:

—Perdón, señor, pero no sé quién es usted.

Levantó su celular y, tranquila, agregó:

—Si te acercas un paso más, voy a llamar a la policía y te acuso de acoso. Los agentes no se han ido muy lejos, seguro no les molestará volver.

¿No pudo ni defender a su novia y ahora viene a ladrar aquí? ¡Pura basura!

Pero para mantener su papel de “amnesia”, se aguantó las ganas de decirle todo eso en voz alta.

—¡Tú! —Hernán se quedó sin aire, furioso, y se le notaba la rabia en la mirada.

¿De verdad había perdido la memoria esta desgraciada?

Joana alzó una ceja, dejando ver el desprecio en su mirada.

Lo rodeó y entró, por fin, al privado que le correspondía.

Hernán, todavía paralizado, no podía procesar lo que acababa de pasar. ¿Acaso ella se estaba burlando de él? ¿Cómo se atrevía?

No tuvo tiempo de seguir dándole vueltas, porque uno de sus hombres llegó corriendo, pálido.

—¡Señor Hernán, los policías se llevaron a Mateo y Rafael! ¡La señorita Jimena se fue al hospital para que le revisen los golpes!

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