—¡Maldita mujer, te atreviste a buscar ayuda! ¡Todos, corran!
Una bola de personas salió disparada, huyendo como si el diablo los persiguiera.
El jefe de seguridad reconoció a Joana de inmediato; era una de las dueñas del condominio.
—Señorita Joana, ¿está bien? ¿Quiere que la llevemos al hospital?
Joana se limpió el agua que le escurría por el rostro, respirando hondo para calmarse.
—Estoy bien, gracias. Últimamente he notado gente extraña rondando por la entrada. Si ven algo raro, ¿podrían avisarme antes?
El jefe de seguridad se puso serio y asintió.
—No se preocupe, señorita Joana. Estos días vamos a reforzar la vigilancia. No permitiremos que algo así vuelva a pasar. Si necesita salir, sólo avísenos y la escoltamos hasta su carro.
—Gracias —respondió Joana con una leve sonrisa.
Se sintió aliviada de haber elegido ese departamento después de dejar la casa de los Rivas. Al menos, los guardias ahí sí se tomaban en serio la seguridad de los vecinos.
Por culpa de ese incidente, Joana llegó tarde a la oficina. Apenas cruzó la puerta, sintió las miradas curiosas de todos. Sabrina ya había dejado bien claro que no quería chismes, pero era imposible ocultar la tensión.
No cualquiera llegaba a su segundo día como jefa y ya generaba tanto revuelo.
Terminada la reunión matutina, Antonella no pudo evitar lanzar su veneno.
—Miren quién llegó, nuestra flamante jefa. Apenas es tu segundo día y ya llegas tarde, qué autoridad, ¿eh? Mejor aprovecha el escándalo y vuélvete influencer, seguro te va mejor.
Sabrina aventó los papeles sobre la mesa, cortante.
—¡Antonella! ¡Bájale!
—¿Qué pasó, Sabrina? ¿Ahora tampoco puedo bromear tantito? Qué protectora te pones con ella.
Antonella cruzó los brazos, lanzando una mirada desafiante a Joana.
Joana le puso la mano en el brazo a Sabrina y, con una sonrisa tranquila, contestó:
—Aquí lo que importa es el talento.
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