Salvador había entrado a la habitación esa mañana para llevarle un vaso de leche. Fue en ese momento cuando debió notarlo.
Florencia seguía aturdida. Salvador tomó su mano izquierda y, sin decir nada, deslizó el anillo de bodas en su dedo anular.
El frío del metal la hizo estremecerse. El anillo encajaba tan perfecto, tan ceñido, que ni un suspiro cabía entre la joya y su piel.
Una punzada amarga le recorrió el pecho. Florencia no pudo evitar recordar el día en que se casaron.
Antes de la boda ni siquiera se habían visto en persona, pero aun así el anillo que Salvador había preparado encajaba a la perfección en su mano.
Por un momento, casi llegó a pensar que Salvador sí la tenía presente en sus pensamientos.
Pero la realidad era otra. Como cabeza del Grupo Fuentes, el consorcio más grande de Solara, Salvador no tenía que gastar energías en detalles como ese. Si necesitaba saber la talla de una mujer, bastaba con dar una orden y alguien más se encargaba de todo.
Tal como ahora…
Florencia esbozó una sonrisa que no llegó a los ojos.
—Qué anillo tan perfecto, señor Fuentes. ¿Ya se siente orgulloso de sí mismo otra vez? Pero qué lástima, a mí no me gustan los diamantes.
Se quitó el anillo, todavía frío, y lo arrojó de regreso a Salvador.
—No sé por qué te empeñas en no firmar el divorcio, pero igual me voy a divorciar. Así que no pierdas tu tiempo conmigo, señor Fuentes.
El anillo chocó contra el pecho de Salvador y luego rodó hasta el suelo, dejando un golpe sordo en la habitación.
Florencia se dispuso a marcharse, pero de pronto Salvador la sujetó de la cintura con un solo movimiento. Ella terminó contra su pecho, el aroma a madera oscura llenando su respiración, y la cabeza le zumbó.
Salvador se inclinó y, sin aviso, la besó en los labios, presionándola contra el sofá.
El aire se le fue de golpe. Las lágrimas le asomaron en los ojos ante la fuerza con la que él la besaba.
Desconcertada, Florencia se quedó viendo a Salvador. En un año de matrimonio, salvo por dos o tres encuentros esporádicos, casi no habían tenido contacto íntimo.
Incluso su primera noche juntos fue a regañadientes, un mes después de la boda, y solo porque el abuelo había intervenido.
En todo ese tiempo, Salvador jamás la había besado de forma espontánea.
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