En el jardín, Génova estaba de pie junto a la fuente tomando un poco de aire fresco con los brazos cruzados. «El ambiente de adentro estaba asfixiándome».
—¡Génova! —De repente, una voz chillona se escuchó detrás de ella.
Génova se dio la vuelta y vio a Sharon caminando hacia ella con altanería.
—¿Qué pasa? ¿Quieres que te golpee de nuevo? ¿No te dolió lo suficiente? —se burló Génova y miró hacia otro lado con indiferencia.
Sharon se enfureció ante su ataque; no deseaba nada más que destrozar a la joven; sin embargo, por el bien de su plan, tuvo que apretar los puños y aguantar. Sacó una tarjeta de su bolso Louis Vuitton y se la entregó; con tono comprensivo, le dijo:
—Esto tiene trescientos mil; si prometes no volver a acercarte a mi hermano y abandonar Floresta para siempre, el dinero es todo tuyo.
Génova frunció el ceño y miró con extrañeza la tarjeta que Sharon tenía en la mano. «¿Trescientos mil? ¡Es una miseria! ¿De verdad cree que es suficiente para deshacerse de mí?». Sharon notó el cambio en la expresión de Génova y creyó que estaba interesada en la oferta, así que, emocionada, agregó:
—Ya que te criaste en un orfanato, creo que es seguro decir que nunca has visto tanto dinero en tu vida. A diferencia de ti, yo suelo gastar esa cantidad en una semana; creo que necesitas el dinero más que yo. Recuerdo que solías pedirle dinero a mi madre, pero ella no te daba nada. Esto es bueno, ¿no? Con este dinero, podrás comprar lo que quieras. ¿Y bien? ¿Lo quieres o no? —preguntó, emocionada.
«¡Tómalo! ¡Vamos!». Sharon estaba segura de que lo haría porque sabía que cuando Génova estuvo en la residencia Britos, Frida le retenía su mesada. Esa era una de las razones por las que nunca pudo permitirse ropa de marca cuando se quedaba en casa. «Como es tan pobre, seguramente aceptará el dinero y, una vez que lo haga, le diré a todo el mundo que me robaron. La encerraré hasta que la policía la encarcele y cuando esté en prisión, sobornaré a los agentes del centro de detención para que le den una paliza. Si tiene antecedentes penales por robo, ¡nunca más se recuperará de esa humillación!». Con el plan en mente, apenas podía ocultar la emoción en sus ojos.
—Toma el dinero. Me equivoqué contigo y te pido disculpas. Esta vez, lo digo en serio. Sé que necesitas el dinero. Tómalo.
Génova inclinó la cabeza y evaluó a Sharon; enseguida supo lo que pretendía. Como respuesta, se limitó a sacudir la cabeza burlonamente, luego sacó su teléfono para enviarle a Belisario un mensaje de texto:
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