—Sí, porque hablas tonterías. —Génova se frotó la palma de la mano antes de continuar en tono burlón—: Parece que la familia Britos no educa bien a sus hijos. La hija de los Britos solo sabe decir tonterías sin sentido. Además, ¿qué problema hay si estuve casada? ¿Hay alguna norma que diga que la gente que estuvo casada tiene prohibido venir? ¿Me quieres decir que tu hermano nunca estuvo casado? Solo quieres arruinar mi reputación con lo que acabas de decir, y puedo demandarte por eso.
—Tú...
Sharon estaba lívida. Acababa de recibir una bofetada y de ser insultada en público; tanto ella como su familia acababan de ser humillados y, lo que era más importante, quien la había golpeado era Génova, alguien a quien antes ella misma solía intimidar. Era totalmente humillante.
—¡Z*rra! ¡Te mataré! —Sharon se abalanzó sobre ella, enseñando los dientes mientras alargaba una mano para agarrar a Génova del cabello.
Al ver su reacción, Ernesto abrazó a Génova y giró para quitarla del camino, al mismo tiempo que Mauricio corría hacia ellos. Miró a su hermana con enojo y le preguntó:
—¿Cuánto tiempo piensas seguir con esta tontería? Discúlpate ahora.
—¡Mauricio, soy tu hermana! Esta z*rra me acaba de pegar y tú te pones de su lado en lugar de darle una lección y encima me pides que me disculpe.
Mauricio parecía haber perdido la paciencia y estaba más furioso que antes.
—Lo vi; sé quién está equivocada y quién no —le advirtió—. Solo diré esto una última vez: discúlpate ahora.
Sharon exhaló, frustrada, pero seguía pensando que no había nada de malo con insultar a Génova; su intención era que todos descubrieran la verdad sobre ella. «¿Qué hice mal?». Cuanto más pensaba en ello, más se enfadaba. Cuando se preparaba para discutirle, Natasha la abrazó.
—¿Vengarme? No estoy para nada enfadada; solo dice tonterías. A diferencia suya, yo me desahogué abofeteándola.
Ernesto se quedó mudo. «De repente tengo la sensación de que mi querida princesa es una mujer feroz».
Mientras tanto, Mauricio, que estaba socializando con los demás después del alboroto, no dejaba de mirar de reojo en dirección a Génova. Cuando la vio sonreírle a Ernesto con cariño, lo invadió una oleada de ira, pero no sabía por qué se sentía así. Supuso que se debía a que era la primera vez que una mujer jugaba de esa manera con él.
Minutos más tarde, Natasha regresó al salón con Sharon, quien parecía haberse retocado el maquillaje, pues la marca roja en su mejilla no se notaba. Se colocó detrás de Mauricio con Natasha en silencio, solo lanzando una mirada despiadada hacia Génova de vez en cuando.
Cuando estaban en la mitad del banquete, comenzó el baile. Muchos de los directores ejecutivos presentes empezaron a bailar con sus compañeras en la pista. Natasha estaba emocionada, deseosa de que Mauricio la tomara de la mano y la invitara a bailar. En el momento en que pensaba en eso, el hombre se levantó y la emoción en el rostro de Natasha se hizo visible; casi podía imaginarse ser el centro de atención en la pista de baile. Sin embargo, Mauricio recogió su copa de vino y se dirigió a la mesa de al lado.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Deuda de amor