Sharon estaba totalmente desconcertada por la sonrisa de Génova, quien abrió la maleta, agarró un fajo de billetes en efectivo y se lo lanzó a la otra al rostro. Estaba confundida con lo que estaba sucediendo cuando vio que le lanzó algo al rostro; pero al segundo siguiente, le arrojó todo el dinero en el maletín por encima de la cabeza y quedó aún más atónita. Era como si llovieran billetes. Al ver su reacción, Génova sonrió, satisfecha.
—Aquí tienes un millón. Si prometes alejarte de la familia Britos y cambiar tu apellido, el dinero es todo tuyo. ¿Y bien? ¿Lo quieres o no? Es mucho más de lo que me ofreciste.
—¡Maldita…! —Sharon estaba lívida. Empezó a jadear y la rabia comenzaba a invadirla. «¡Cómo se atreve esta maldita a lanzarme el dinero por la cabeza! Encima, me hace burla repitiéndome mis mismas palabras»—. ¡No eres más que una z*rra! ¿Cómo te atreves a alardear del dinero que has ganado acostándote con hombres? ¡Aaaah! Te voy a matar. —Apretó los dientes y corrió hacia Génova, furiosa.
Belisario se interpuso, pero Génova lo empujó. Como nadie se interponía en su camino, Sharon alargó rápidamente la mano para agarrar a Génova del cabello, pero, antes de que lo consiguiera, esta le sujetó la mano y la inmovilizó, doblándosela detrás de la espalda. Negándose a aceptar la derrota, Sharon levantó la otra mano y lanzó un golpe al rostro de Génova; por desgracia, la mujer consiguió inmovilizarla también. Con ambas manos en la espalda, Sharon era incapaz de moverse.
Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Los movimientos de Génova fueron rápidos, y se mostraba tranquila e imperturbable. En realidad, todos los niños de la familia Heredia tenían que pasar por entrenamiento físico, así, si tenían que luchar, podrían derrotar sin problemas a cinco personas por sí solos. Como Génova era apenas una niña, nunca fue lo bastante fuerte para luchar contra sus hermanos, por eso, su padre la dejó entrenarse específicamente en jiu-jitsu y a los doce años ya era cinturón negro.
En realidad, había tolerado a la familia Britos y nunca había utilizado sus habilidades contra ninguno de ellos. «¡Ja! ¿De verdad creía que tenía una posibilidad de ponerme un dedo encima?». Cuando Sharon se dio cuenta de que estaba inmovilizada, no se quedó allí sumisa, sino que, como represalia, empezó a gritar a todo pulmón y a insultar a Génova:
—¡Aaaah! ¡Z*rra! ¡Te mataré! ¡Te haré pedazos! No eres más que una z*rra despiadada! —maldecía y gritaba sin parar.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Deuda de amor