Samanta apretó el celular con fuerza, sabiendo perfectamente que la excusa de Enzo no era más que un pretexto. Gaspar ni siquiera quería contestar su llamada.
—Enzo, es sobre la colaboración entre el Grupo Báez y Núcleo Avance Global, quería ver si Gaspar…
—Señorita Samanta —la interrumpió Enzo de golpe, con un tono tan tranquilo que parecía una muralla—. Para cualquier asunto de negocios, por favor comuníquese directamente con el área correspondiente. El señor Gaspar no se involucra en ese tipo de temas. Si no hay nada más, voy a colgar.
—¡Espera, Enzo! —Samanta exclamó, desesperada—. ¿No puedes pasarme con él? ¿O al menos decirme dónde está? Yo misma puedo ir a buscarlo.
—Disculpe, señorita Samanta, la agenda del señor Gaspar es confidencial. Que tenga un buen día.
Sin darle más tiempo, Enzo cortó la llamada sin remordimiento alguno.
Samanta se quedó sentada, completamente rígida. El pitido del teléfono, que se repetía una y otra vez en la bocina, la golpeaba como si fueran cuchilladas de burla. Una sensación de humillación y desamparo se apoderó de ella. ¿Cuándo la habían tratado así antes? Incluso Enzo, que siempre había sido tan cortés, ahora la despachaba sin miramientos.
Mordió con fuerza sus labios pintados, los hombros le temblaban y en sus ojos se acumulaba un resentimiento feroz.
—Gaspar, ¿de verdad quieres hacerme esto? ¿De verdad vas a ser tan cruel conmigo?
De pronto pensó en Lionel. Él siempre había estado ahí para ella, especialmente cuando se sentía perdida. Lionel sabía cómo animarla, cómo consentirla, cómo protegerla.
Volvió a tomar el celular y marcó el número del asistente de Lionel.
—¿Bueno? ¿Señorita Samanta? ¿Necesita algo? —contestó la voz del otro lado.
Samanta fingió una sonrisa, aunque nadie pudiera verla.
—Estoy buscando a tu jefe, ¿está en la oficina?
—Perdón, señorita Samanta, el señor Lionel no está en el país en estos días.
—¿No está? ¿A dónde fue? —insistió ella.
—Pues… la verdad, no sé con exactitud su itinerario. Si ya no hay nada más, voy a colgar.
Y el asistente colgó sin más, sin darle oportunidad de decir nada.
Samanta se quedó mirando la pantalla del celular, los dedos le temblaban, sintiendo un frío que le recorría hasta los huesos. ¿Ahora también el asistente de Lionel la evitaba?
Una inquietud amarga le apretó el pecho: la sensación de estar sola, de haber sido apartada y dejada atrás.
¿Qué había pasado para que Lionel desapareciera así de su vida?
Volvió a morderse los labios, recordando los detalles de la atención y el cariño de Lionel. No podía creer que él fuera capaz de dejarla tirada sin más.
Entonces recordó el teléfono de una de las asistentes de Lionel, una mujer joven que le había parecido simpática. Buscó el número y llamó.
—¡Bueno! ¿Señorita Samanta? —la voz de la asistente sonó cordial y animada.
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