—Ja, ja... —Samanta soltó una risa amarga frente al espejo, burlándose de sí misma, pero en el fondo no se arrepentía de nada.
Porque había conseguido mucho más de lo que alguna vez soñó.
Dinero, recursos, fama... Todo eso se lo había dado Gaspar. En estos diez años, salvo por no tenerlo a él como pareja, obtuvo absolutamente todo lo que quería.
Así que solo le quedaba esperar. Esperar pacientemente a ver cómo Micaela, llevando a la hija de Gaspar, terminaba casándose con otro. Aunque, pensándolo bien, seguramente no sería con Jacobo, sino con ese militar de apellido Villegas.
Solo de imaginar a Micaela vestida de blanco, casándose con otro mientras Gaspar debía mirar desde lejos... ¿Qué cara pondría en ese momento? ¿Se le notaría la impotencia? ¿El dolor? ¿Se arrepentiría? ¿O se quedaría como una estatua, sin decir nada?
Ya casi no podía esperar para presenciarlo.
—El día que pase eso, Micaela, te juro que te voy a felicitar. Espero que tú y el señor Anselmo se acompañen toda la vida y nunca se separen.
Samanta respiró hondo y, con una sonrisa torcida que le desfiguró el gesto, murmuró:
—Y también le deseo a Gaspar una vida larga... y que termine sus días solo.
...
En la casa de Micaela, Pilar no dejaba de mirar hacia la puerta. Aunque Micaela le había dicho que su papá no estaba, la pequeña insistió tanto que al final madre e hija bajaron juntas para tocar la puerta de Gaspar.
Como Micaela predijo, nadie respondió.
—¿Y mi papá? —Pilar arrugó la boca, a punto de hacer puchero—. ¿Ya no va a regresar nunca más a la casa?
—Puede que no —contestó Micaela, y la verdad es que eso era justo lo que ella deseaba.
—¿Entonces qué hago cuando lo extrañe? —preguntó Pilar, tan bajito que a Micaela se le partió el alma. Se había acostumbrado a poder correr todos los días a ver a su papá, y esa costumbre ya la tenía arraigada.
Micaela miró la carita triste de su hija, buscando palabras para consolarla, cuando una voz profunda interrumpió desde atrás:
—¿Quién dijo que no iba a regresar?
Micaela se volteó de golpe. Ahí estaba Gaspar, acercándose desde el ascensor sin que nadie lo hubiera notado.
—¡Papá! —Pilar, tan emocionada como un pajarito, corrió y se lanzó a sus brazos—. ¿Dónde estabas? Te extrañé mucho.
Gaspar la abrazó fuerte y le plantó un beso en la mejilla rosada.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica