—Mira, Gaspar.
—Hiciste hasta lo imposible para que Micaela se involucrara, querías usar ese contrato como prueba de que no podías decidir por ti mismo, de que entre tú y yo no hay nada.
—¿Y todo para qué?
—A Micaela ni le interesa.
A Samanta se le escapó una sonrisa burlona, como si no pudiera contenerse. Al final, con una mezcla de sarcasmo y desdén, miró directo a Gaspar.
—Gaspar, aunque pongas todas las pruebas de lo nuestro sobre la mesa, a ella ni le pasa por la cabeza verlas. ¿Para qué te haces tantas ilusiones?
Gaspar se volteó de golpe, con la mirada afilada como una advertencia.
—Cuida lo que dices —le soltó.
Samanta solo se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
—Nomás estoy diciendo la verdad.
Después, volteó hacia Ángel.
—Doctor, ¿me permite platicar a solas con Gaspar?
Ángel miró a Gaspar, esperando alguna reacción. Aunque Gaspar no dijo nada, Ángel entendió la indirecta y les dejó el espacio. Se levantó y salió del salón.
Apenas la puerta de la sala se cerró, Samanta movió su silla para acercarse a Gaspar. Su voz bajó tanto que parecía suplicar:
—Gaspar, sé que hace rato me exalté, pero lo del contrato lo podemos platicar tranquilo. Por favor, ¿podrías seguir ayudando a la empresa de mi papá? El pedido de Núcleo Avance Global es importantísimo para él.
Al decir esto, estiró la mano como para tomarle la manga a Gaspar, pero se detuvo en el aire al encontrarse con su mirada helada, que la frenó de inmediato.
Retiró la mano con torpeza, y sus ojos se llenaron de súplica.
Por fin comprendió por qué Gaspar se mostró tan generoso en un inicio, aceptando sus exigencias y hasta ayudando a la empresa de su padre a salir del hoyo, invirtiendo para que pudiera cotizar en bolsa.
Ahora, todo tenía sentido. Eso nunca fue por cariño ni por buena voluntad. Desde el principio, Gaspar tomó las riendas del Grupo Báez con una precisión quirúrgica, transformando la compañía de su papá en una espada que colgaba sobre su cabeza.
Gaspar ya había previsto que llegaría el día en que ella intentaría zafarse del contrato y dejar de depender de él.
Por eso, no solo ayudó a que la empresa de su papá saliera a bolsa, sino que también los amarró a Núcleo Avance Global, convirtiéndose en el cliente más importante. No era ayuda, era control. Una manera más dura y efectiva de tenerla a su merced, de asegurarse de que, por el bien de su familia, ella no se atreviera a romper el acuerdo.
Al entenderlo todo, Samanta sintió un escalofrío subiéndole desde los pies hasta la cabeza, como si la hubieran sumergido en agua helada.
Era la primera vez que percibía el verdadero alcance de Gaspar, su calculadora mente y una crueldad mucho mayor de lo que jamás imaginó.
Había convertido a la empresa de los Báez en su propio rehén.
Samanta jadeó, apoyándose con ambas manos en la mesa para no caer.

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