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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1032

Micaela se recargó en el respaldo de la silla y soltó un largo suspiro. Afuera, la luz del sol atravesaba las persianas y bañaba su escritorio con destellos dorados. Qué lejos había quedado aquella joven que, por amor, decidió dejar los estudios. Ahora, una y otra vez, sus investigaciones eran reconocidas por la comunidad científica.

En ese momento, el celular de Micaela vibró con el sonido de un mensaje.

Estiró la mano y miró la pantalla. Era un mensaje de Gaspar: [Vi la lista de premiados del Instituto de Ciencias Avanzadas. Felicidades.]

Micaela dejó el celular sobre la mesa, pero apenas lo soltó, llegó otro mensaje. Supuso que era Gaspar otra vez, pero no, era Anselmo: [¿Después de la premiación del Instituto de Ciencias Avanzadas nos juntamos a comer?]

Micaela se quedó pensativa. ¿Será que ya había regresado al país? ¡Si la premiación era hasta el próximo viernes!

Le respondió de inmediato: [¿Ya volviste?]

[No, pero voy a llegar justo para tu premiación. Te prometo que nos vemos en Villa Fantasía.] Anselmo contestó al instante.

En ese momento, Micaela no notó que, afuera de su oficina, una figura alta y elegante estaba parada junto a la puerta. A través del vidrio de la pared, observaba a la mujer que trabajaba dentro.

La vio bajar la mirada al celular, y en sus labios se dibujó una sonrisa ligera, despreocupada. Esa expresión luminosa hacía mucho que él no la veía.

¿De quién será el mensaje que la hace sonreír así?

Gaspar bajó la vista a su propio celular. Sabía que si llegaba un mensaje, el aparato se lo indicaría. Sin embargo, no pudo evitar echar un vistazo, ilusionado. La pantalla seguía en silencio, sin ninguna notificación.

Gaspar fijó la mirada en los dedos delgados de Micaela, que tecleaban con agilidad, respondiendo a alguien. La sonrisa seguía ahí, como si el mundo entero se le hubiera vuelto más ligero.

Justo entonces, una enfermera que llevaba papeles se detuvo a su lado, sorprendida.

—Sr. Gaspar, ¿no va a pasar?

Gaspar recuperó la compostura y respiró hondo.

—No, gracias.

Lanzó una última mirada a la mujer que estaba en la oficina y se dio media vuelta para marcharse.

La enfermera golpeó suavemente la puerta de Micaela. Cuando escuchó el permiso para pasar, entró, dejó los papeles sobre el escritorio y, casi como al pasar, comentó:

—Hace rato vi al Sr. Gaspar parado en la puerta. Pensé que tenía algo importante que hablar con usted, doctora.

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