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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1031

Desde que su nieta tenía dos hasta los cuatro años, Samanta siempre estuvo muy involucrada en la familia. Ahora que lo recordaba, a Damaris la invadía el remordimiento y el sudor frío. ¿Cómo había podido dejar a su nieta a cargo de una mujer tan calculadora? Si a Samanta se le hubiera ocurrido casarse con su hijo y lastimar a la niña, ni con mil vidas podría pagar esa culpa.

En aquel entonces, la relación entre ella y Samanta era tan cercana que parecían madre e hija. Incluso su propia hija tenía una amistad muy estrecha con Samanta; era como si la familia Ruiz la hubiera adoptado como una más.

Por otro lado, Micaela seguía en el país, y su hijo, cada seis meses, se aseguraba de estar con ella. Damaris veía el esfuerzo y la carga que él llevaba: cada vez que volvía a casa, trabajaba hasta la madrugada, y mientras tanto, Micaela, como esposa, disfrutaba de la buena vida, viviendo como una señora adinerada. No se ocupaba de su hija ni de su esposo, y eso le resultaba muy difícil de aceptar a Damaris como suegra.

Cada día, sus prejuicios hacia Micaela crecían más.

Ahora se daba cuenta de que Samanta había firmado un acuerdo para no permitir que su hijo llevara a Micaela al extranjero. De no ser así, vete a saber qué clase de amenazas habría usado contra él.

Además, recién se enteraba de que todo lo que Samanta mostraba—sus estudios, su prestigio en el mundo del piano—en realidad se lo debía al apoyo de su hijo.

—Adriana, ¿tú sabes quién es en verdad ella? —preguntó Damaris, sorprendida al darse cuenta de que nunca lo había sabido.

—Es una hija ilegítima que nació en los barrios pobres de Costa Brava —le soltó Adriana a un lado—. Solo por conocer a mi hermano es que pudo llegar hasta donde está.

Damaris lo recordó de inmediato: su hijo le había pedido varias veces que no trajera a Samanta a casa. Pero ella, convencida de que Samanta era buena persona y merecía su confianza, la siguió recibiendo. Además, su nieta ya le había tomado cariño. Qué ingenua había sido, no le hizo caso ni por un segundo a las advertencias de su hijo.

—Fue mi culpa. La responsable de que Micaela y tu hermano se divorciaran soy yo. Fui yo quien permitió que Pilar se acercara a Samanta, y así Micaela terminó creyendo que tu hermano la puso en su vida. Si ella hubiera querido hacerle daño a Pilar desde el principio, yo... —Damaris empezó a temblar, invadida por el miedo.

Adriana sabía perfectamente cuánto había querido su mamá a Samanta en aquellos años, la confianza que le tuvo, al grado de querer adoptarla como hija. Ahora entendía que el arrepentimiento de su madre era tan intenso como el cariño que le había tenido antes.

—Mamá, ya pasó todo —le dijo Adriana mientras le acariciaba la espalda—. Aunque nos tardamos, por fin vimos su verdadero rostro. Todavía estamos a tiempo.

—Se acercó a mi hermano solo por dinero, y todavía quería ser la señora Ruiz. Qué ambiciosa. Por suerte, mi hermano se mantuvo firme y solo quiso a Micaela; si no, de haberla dejado entrar a la familia, no habríamos conocido la paz —Adriana también había pensado mucho en eso últimamente. Si Samanta hubiera logrado casarse con su hermano y mostrado su verdadera cara, ¿cómo habrían vivido en esa casa?

Damaris suspiró. Si Samanta hubiera aceptado donar sangre a cambio de un acuerdo justo, estaría agradecida con ella. Pero con esa clase de persona, estaba claro que sus intenciones con ella y su nieta nunca fueron buenas.

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