...
A la mañana siguiente.
Micaela salió manejando su carro y notó que el carro de Tomás iba detrás de ella. No rechazó esa protección, aunque bien podría haber contratado a un guardaespaldas propio, pero los de Gaspar llevaban años trabajando a su lado, y tanto su responsabilidad como su capacidad eran indiscutibles.
Damaris Quintana estaba recibiendo un nuevo tratamiento médico, así que Micaela tampoco tenía cabeza ni tiempo para ocuparse de tareas de seguridad.
Al mediodía, Micaela se las arregló para hacer una videollamada con Ramiro, en la que platicaron sobre algunos proyectos civiles. Ahora, los desarrollos civiles del Grupo Ruiz superaban con creces los estándares de otras compañías, y con el proyecto de Interfaz Cerebro-Máquina como respaldo teórico, la calidad de sus productos era de primer nivel.
Micaela no podía evitar admirar el ojo de Gaspar para elegir personas y decidir en qué invertir. Como líder indiscutible del Grupo Ruiz, Gaspar tenía el carácter y el talento necesarios para mantener la empresa en la cima.
En ese momento, del otro lado de la videollamada, Ramiro dijo:
—Tengo que colgar, voy a entrar a una junta. El señor Gaspar acaba de llegar.
—Está bien, tú ve a lo tuyo —respondió Micaela.
...
En la sala de juntas principal de la base experimental, Gaspar había ido ese día para escuchar un reporte de avances.
A su alrededor estaban Leónidas y varios altos ejecutivos. Lara Báez, acompañada de dos asistentes cargando carpetas, cruzó el pasillo. Apenas vio a Gaspar, se le iluminó el rostro, como si una chispa de emoción la atravesara.
Hacía ya un buen rato que no veía a Gaspar. Aunque en teoría ese hombre era el futuro cuñado que su familia tenía en la mira, ella no podía evitar sentirse atraída cada vez que lo veía.
—¿Qué te pasa, Lara? —le preguntó una de sus asistentes, volviéndose a verla.
—Espérenme aquí, voy a saludar —dijo Lara, acomodándose la ropa y esbozando la sonrisa más dulce que pudo antes de acercarse a Gaspar.
El ejecutivo, algo fastidiado por la interrupción, le echó una mirada de reojo a Lara antes de seguir con el reporte de avances.
Lara tragó saliva. Al ver que Gaspar ni siquiera le dedicó una mirada más, sintió que la tierra se la tragaba. Mordió su labio pintado de rojo y, con las mejillas ardiendo de vergüenza, regresó con sus compañeras.
De vuelta a su lado, todavía sentía un nudo en la garganta. No pudo evitar girar la cabeza una vez más para ver la silueta firme de Gaspar, que ni se inmutó. El desdén con el que la había tratado la hizo sentir fatal. No podía entender por qué Gaspar había sido tan cortante con ella.
¡No tenía sentido!
¿Acaso Gaspar y Samanta habrían discutido? A decir verdad, a veces Lara pensaba que Samanta no estaba a la altura de un hombre como él.
Pero luego recordaba todo lo que Gaspar había hecho por Samanta: la llevaba a todos lados, había invertido en la empresa de su papá y hasta la ayudó a cotizar en la bolsa. Era obvio que todo eso lo hacía por Samanta. Además, cada vez que Samanta presumía joyas o regalos —y todos eran carísimos—, Lara sabía que Gaspar se los había dado.
Cuanto más lo pensaba, más injusto le parecía. Gaspar ni siquiera se dignó a mirarla dos veces. ¿De verdad tenía que ser tan desdeñoso con ella?

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