La cena de las nueve apenas había comenzado y Samanta ya se sentía atrapada. Aunque había protestado antes de venir, no le quedaba más remedio que hacer su mejor papel para proteger al cliente más importante de la empresa de su papá.
—¡Señor Néstor, usted sí que tiene suerte! Me contaron que sus dos hijas son unas bellezas de las que no hay, pero después de ver a la señorita Samanta, la verdad es que no exageraron nada —soltó con entusiasmo un hombre, que por la actitud y el porte, debía ser gerente.
En ese momento, un hombre de poco más de cuarenta años, sentado junto a Samanta, alzó su copa.
—Lo que dice el señor Galán es cierto. La señorita Samanta no solo es guapa, sino que además es pianista internacional, toda una mujer de talento. La admiro mucho.
Los labios de Samanta se curvaron en una sonrisa impecable y, con elegancia, chocó su copa con la de él.
—Director Wilfredo, me halaga demasiado.
Néstor, sonriendo con satisfacción, también levantó su copa.
—Director Wilfredo, esta va por usted.
Wilfredo, pese a su figura algo robusta por tantas reuniones y cenas, era fundador de Alianza Expansiva y uno de los empresarios más influyentes de Ciudad Arborea. Samanta lo sabía muy bien y, por eso, no bajaba la guardia ni por un segundo.
Esta noche, su papá dependía de ella para ganarse el favor de Wilfredo, su cliente más grande y el más difícil de complacer.
Wilfredo no disimulaba su interés. Sus ojos recorrían a Samanta de arriba abajo, como si quisiera memorizar cada detalle.
—Es muy raro encontrar a una mujer tan talentosa y tan guapa como usted, señorita Samanta.
Ella se limitó a sonreír con gracia.
—Directores jóvenes y exitosos como usted sí que me merecen respeto. Permítame brindarle otra vez.
Wilfredo, encantado, asintió con aire triunfal.
—Señorita Samanta, me honra mucho. Salud.
Néstor, del otro lado de la mesa, observaba el intercambio entre su hija y Wilfredo con una expresión satisfecha. Ahora veía que traer a Samanta había sido la mejor decisión. Incluso notó cómo Wilfredo la miraba, y eso le hizo pensar que su hija, a la que antes consideraba poco útil, podía ser en verdad su mejor carta.
Después de un rato, Samanta empezó a sentirse incómoda por mantener la misma postura. Al mover ligeramente la pierna, notó que tocó la de alguien bajo la mesa. Wilfredo, enseguida, la miró con complicidad.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica