—No quise decir eso… —intentó explicar Micaela.
—Solo se me encaneció el pelo, no significa que tenga un problema de salud —replicó Gaspar, su tono de voz claramente ofendido—. No solo los militares están en buena forma, yo también lo estoy.
Micaela, atónita, sujetaba el celular. ¿No estaba exagerando un poco su reacción?
—Solo me preocupo por ti. Eres el padre de Pilar y tu salud es muy importante para su futuro.
—De acuerdo —la voz del hombre al otro lado de la línea se suavizó un poco—. Programaré una revisión.
Tras colgar, Micaela frunció el ceño y se dirigió al laboratorio.
A las tres de la tarde, Micaela encontró un momento para ir a ver a Anselmo. Cuando llegó, la señora Villegas también estaba allí. Le sonrió.
—Micaela, qué bueno que viniste. Anselmo me dijo que estabas muy ocupada con el trabajo.
—Buenas tardes, señora Villegas. Acabo de terminar y vine en cuanto pude —respondió Micaela con una sonrisa.
—No me llames señora Villegas, suena muy formal. Llámame tía, como hace Anselmo —dijo la señora Villegas con una sonrisa llena de complicidad.
Micaela se sorprendió un poco y, con un ligero rubor en las mejillas, asintió.
—De acuerdo, tía.
En ese momento, una joven de gran belleza se acercó a paso rápido.
—Mamá.
Micaela levantó la vista y se encontró con que la joven también la estaba observando.
—Así que tú eres mi futura prima política. ¡Mucho gusto, me llamo Jimena Villegas!
Micaela dedujo de inmediato que se trataba de la hija del alcalde Villegas. Le tendió la mano.
—Hola, soy Micaela.
—He oído hablar mucho de ti, pero no imaginaba que fueras tan joven y tan guapa —dijo Jimena, mirándola con admiración.
—Esta hija mía acaba de regresar de un viaje, así que todavía no se conocían. De ahora en adelante, podrán verse más seguido —comentó la señora Villegas, mirando a su hija con orgullo.
—He estado haciendo voluntariado como maestra en el norte, así que no vengo muy a menudo —explicó Jimena—. Pero esta vez estoy de vacaciones y podré quedarme unos días más.
—Nos hemos entretenido platicando. ¡Anda, Micaela, entra a ver a Anselmo! —dijo la señora Villegas, y tomando a su hija de la mano, añadió—: Tú vente conmigo por ahora, no molestemos a tu primo.
—Claro —respondió Jimena, y se despidió de Micaela con un gesto de la mano antes de irse.
—Van al cine, a cenar, de compras, a tomar un café… Hacen de todo —respondió Micaela. De repente, un recuerdo de su primera cita con Gaspar le vino a la mente.
La había llevado al restaurante más alto del centro de la ciudad y, desde un salón privado, vieron juntos el atardecer…
Micaela bajó la vista, tratando de sacudirse el peso de los recuerdos.
—Mejor te pelo una fruta —le dijo a Anselmo.
Tomó una manzana y se concentró en quitarle la piel. Anselmo la observaba de perfil, con la cabeza gacha.
—¿En qué piensas? —le preguntó en voz baja.
—En nada —respondió ella, negando con la cabeza.
—Micaela, no me importa tu pasado, no tienes por qué sentirte agobiada —le dijo Anselmo con amabilidad.
Ella levantó la vista y se encontró con una mirada franca que le reconfortó el corazón. Era cierto. Todos iniciamos nuevas relaciones arrastrando un pasado; lo importante es cómo se vive el presente.
—Cuando salgas del hospital, tú decides qué haremos —le dijo.
—De acuerdo —asintió Anselmo con una sonrisa—. Para nuestra primera cita, tendré que planear algo especial.

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