Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1156

Samanta, haciéndose la víctima, añadió:

—Pero en el contrato hay cláusulas al respecto. Leandro, si quedo embarazada y Gaspar me obliga a donar sangre, no sería bueno para el bebé. No quiero que perdamos a nuestro hijo.

La razón por la que Leandro había elegido a Samanta para tener un hijo era, precisamente, por su inteligencia y talento. A sus ojos, una mujer ambiciosa no era necesariamente algo malo.

Leandro lo sopesó por unos segundos y, abrazándola, le dijo:

—No te preocupes, déjame esto a mí. Por muy poderoso que sea Gaspar, no puede hacer lo que le venga en gana. Contrataré al mejor equipo de abogados para que revisen ese contrato. Sea como sea, conseguiré que te liberen.

Un destello de pánico cruzó por los ojos de Samanta al pensar en las cláusulas adicionales del contrato. Pero supuso que, en la mente de Leandro, él ya daba por hecho que ella y Gaspar se habían acostado, así que su pasado no le importaría.

Que su equipo de abogados se enfrentara al de Gaspar.

Mientras tanto, ella tenía que quedar embarazada de Leandro lo antes posible para asegurarse de que él la ayudara.

—Está bien, me esforzaré por darte un hijo sano y fuerte —dijo Samanta, levantando la vista con lágrimas de emoción brillando en sus ojos. Con una expresión de total dependencia, añadió—: Leandro, eres tan bueno conmigo. A partir de ahora, haré todo lo que me digas.

Leandro sabía que, con la caída del Grupo Báez, Samanta no tenía a dónde ir y dependía completamente de él.

Un brillo calculador pasó por los ojos de Samanta. Finalmente, había logrado que Leandro se decidiera a enfrentarse a Gaspar. El agua estancada, por fin, comenzaba a agitarse por su causa.

Crearle enemigos a Gaspar era lo que más le gustaba.

Después de todo, el rencor y la amargura que sentía por dentro eran algo que difícilmente desaparecería en esta vida.

***

A las ocho y media, Micaela todavía estaba en su oficina discutiendo datos con Jeremías cuando su celular sonó. Vio que era Sofía. Su corazón dio un vuelco; Sofía rara vez la llamaba, a menos que hubiera pasado algo en casa.