Hubo un silencio de unos segundos al otro lado de la línea, y luego recuperó su habitual serenidad.
—Sube tú. Yo bajo a buscar.
Micaela se dirigió a Sofía, que ya estaba agotada de tanto buscar.
—Sofía, sube a cuidar de Pilar. Nosotros seguiremos buscando.
Desde que Pepa desapareció, Sofía había recorrido la zona incontables veces. Llevaba casi una hora caminando, y se la veía ansiosa, cansada y sedienta. Micaela no quería que siguiera así.
—De acuerdo, señora. Subiré a cuidar de Pilar —dijo Sofía, y se dirigió a la entrada del complejo.
Menos de cinco minutos después, la figura de Gaspar apareció en la entrada. Caminó a paso rápido hacia el pequeño parque de enfrente, donde Tomás y Micaela habían regresado después de buscar por los alrededores.
Gaspar se acercó a Micaela, y al ver la preocupación en su rostro, preguntó con voz grave:
—¿En qué lugar exacto se perdió?
Micaela señaló en una dirección.
—Sofía dijo que corrió hacia allá.
—Señor Ruiz, nuestros hombres ya están buscando en los alrededores con los carros. Nos avisarán en cuanto tengan noticias —informó Tomás.
—Que todos tus hombres vengan aquí de inmediato. Contacten a los refugios de mascotas de la zona. Y pidan permiso en las tiendas para revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad de las calles cercanas. Usen todos los medios necesarios para encontrar a Pepa.
Tomás asintió sin dudar. Esa perra significaba mucho para su jefe; no podían permitirse perderla.
Micaela levantó la vista y miró el flujo de carros y el jardín oscuro. También sentía una gran ansiedad. Con la inteligencia de Pepa, incluso si se hubiera alejado, sabría cómo volver a casa. Pero ya había pasado más de una hora y no había ni rastro de ella, lo que la hacía pensar que…

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