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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 116

A la tarde siguiente, Emilia llevó de regreso a Micaela y a Pilar a casa. Pilar venía tan contenta, brincando por la banqueta, que apenas cruzó la puerta gritó:

—¡Papá, papá, ya llegué!

Micaela pensaba que Gaspar no estaba en casa, pero alcanzó a oír pasos provenientes del segundo piso. Gaspar bajó tranquilamente, con su expresión siempre serena.

—Papá, hoy conocí a otra señora muy linda. Fue súper buena conmigo, me cayó muy bien. Quiero ir a su casa otra vez —exclamó Pilar, con el entusiasmo reflejado en los ojos.

Al escuchar a su hija, Micaela comprendió que para Pilar, cualquier persona que le mostrara un poco de amabilidad se convertía de inmediato en alguien “bueno”. Seguía demasiado pequeña, incapaz de distinguir si quien se le acercaba tenía intenciones honestas o si, como Samanta, era alguien de quien debía mantenerse lejos. Micaela sabía que tenía que proteger a su hija de ese tipo de personas.

El puente de días festivos pasó volando. El tercer día, Micaela llevó a Pilar a almorzar a la casa de la familia Ruiz, pero esa misma tarde se despidió y se la llevó de regreso.

Damaris cada vez tenía opiniones más fuertes sobre ella; fuera de los temas relacionados con Pilar, la relación entre suegra y nuera se había enfriado bastante, y apenas cruzaban palabra.

El ocho de mayo llegó sin avisar.

Desde que Pilar supo que Viviana había regresado al país, empezó a ir a la escuela con mucho más ánimo.

Aquel día, Micaela llevó a su hija hasta la entrada del colegio. Pilar agitó la mano y se despidió corriendo, sin mirar atrás. Micaela sonrió, se dio la vuelta, y justo vio llegar el carro de Jacobo. Él bajó cargando a Viviana en brazos.

—Señora Micaela —la saludó Viviana con una alegría contagiosa.

—¡Viviana! Cuánto tiempo sin verte —le respondió Micaela, feliz de verla de nuevo.

—Tío, yo entro sola —dijo Viviana, colgándose su mochila y corriendo hacia el portón de la escuela.

Jacobo la siguió con la mirada hasta que desapareció entre los demás niños. Luego, se volvió hacia Micaela.

—¿Vas a la universidad?

Micaela asintió con una sonrisa.

—Sí, ya me toca ir a clases.

Apenas Micaela subió a su propio carro, Jacobo pareció recordar algo. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una liga para el cabello. Justo en ese momento, una brisa la arrebató de su mano.

Lara torció la boca en una mueca burlona. Para ella, era el colmo que Micaela, siendo madre, anduviera coqueteando en el trabajo. Pensaba que solo estaba usando el pretexto del laboratorio para acercarse a Ramiro; le parecía de lo peor.

—Una vez me dijo que su esposo es comerciante. Ramiro y yo fuimos una vez a su colonia y la verdad, su casa no es nada del otro mundo. No parece que tengan mucho dinero —añadió Verónica.

En un sillón cerca de la ventana, Micaela se estiró, relajada. Del otro lado, Ramiro la miraba con tal intensidad que parecía estar a punto de besarla.

Lara, consumida por los celos, apretó el puño. No pensaba permitir que esa relación avanzara. Lo que hiciera Micaela en su vida era problema suyo, pero no iba a dejar que arrastrara la reputación de Ramiro, el médico prodigio.

Micaela salió de la sala con unos documentos en brazos, camino al laboratorio, cuando de repente escuchó su nombre.

—Micaela, ¿puedo hablar contigo? —Lara la detuvo, cruzada de brazos.

Micaela se detuvo, desconcertada.

—Dime lo que quieras, aquí estoy.

—Te lo voy a decir directo: quiero que te alejes de Ramiro. Aquí venimos a trabajar, no a buscar pareja ni a andarnos enredando con nadie. Así que más te vale tener cuidado —le soltó Lara, con un tono cargado de veneno.

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