—Yo te pido la comida —dijo Gaspar, y añadió—: Pediré el consomé de pollo con avena de ese lugar que tanto te gusta.
Micaela lo miró con una expresión clara y serena, y lo rechazó.
—No hace falta. Lo que antes me parecía delicioso, no necesariamente me apetece ahora.
Gaspar se quedó inmóvil, y una evidente sombra de tristeza cruzó sus ojos. Se quedó en silencio unos segundos antes de preguntar en voz baja:
—Entonces, ¿qué te gusta comer ahora? Mandaré a que te lo traigan.
Micaela negó con la cabeza.
—La comida del hospital está muy bien.
Gaspar observó el perfil tranquilo de Micaela. Era cierto: ella tenía nuevos gustos, nuevas costumbres y una nueva vida.
—De acuerdo —fue lo único que pudo decir.
La habitación se sumió en un silencio de varios segundos. Gaspar miró su reloj.
—Me voy. Enzo está en la puerta, si necesitas algo, llámalo a él.
—No es necesario, dile que se vaya a descansar. Si necesito algo, llamaré a una enfermera —Micaela tampoco quería molestar a Enzo.
—Le he dicho que se quede hasta las diez —insistió Gaspar. Luego, tomó su saco, se lo colgó del brazo y se fue.
En la silenciosa habitación, Micaela tomó su celular para revisar mensajes y correos. Estaba concentrada cuando llamaron suavemente a la puerta.
—Adelante —respondió Micaela.
Enzo entró.
—Señorita Micaela, disculpe la molestia. ¿Puedo hablar con usted un momento?
Micaela asintió.
—Pasa.

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