Recordaba que durante la cuarentena, a Micaela seguido se le tapaban los conductos de la leche. Pilar, por ser tan pequeña, no podía succionar bien y se desesperaba llorando a gritos, sin querer ni tocar la fórmula.
Por eso, muchas veces el señor entraba primero a la habitación y, para cuando Sofía entraba después con Pilar en brazos, la cara de Micaela estaba roja como un jitomate. Como Sofía ya había pasado por eso, no le daba mayor importancia.
Viviendo bajo el mismo techo, era natural que presenciara escenas así más de una vez. En mitad de la noche, también podía escuchar a Gaspar llevando en brazos a Micaela del cuarto principal a otro. La felicidad de la parejita era algo que ella, por supuesto, trataba de no interrumpir, evitándolos siempre que podía.
Al recordar los primeros cuatro años de felicidad de su matrimonio, Sofía todavía podía sentir esa cálida atmósfera. Después de que la niña se dormía, a Micaela le encantaba recargarse en el hombro del señor Gaspar para leer. Él la abrazaba con un brazo mientras con el otro seguía trabajando en sus documentos, hasta que Micaela se quedaba dormida y él la llevaba en brazos de vuelta a su habitación.
En esa época, la villa, el jardín, el comedor, la sala… todos los rincones estaban llenos de las imágenes de su amorosa familia.
En ese entonces, se podría decir que Micaela era consentida por Gaspar como una niña que no conocía las maldades del mundo, con un brillo de felicidad siempre en sus ojos.
Pero, ¿en qué momento empezó a cambiar todo?
Fue en el cuarto año de su matrimonio.
Recordaba una vez en el aeropuerto, cuando acompañó a Enzo a recoger a Pilar que volvía de un viaje. Vio a esa mujer despampanante y llamativa de pie junto al señor Gaspar, mirándolo con adoración.
En el camino de regreso, Gaspar le pidió específicamente que no le dijera nada a la señora. Desde ese día, Sofía sintió que una cuerda se tensaba en su interior.
Después, aunque mantuvo la boca cerrada, Micaela de todos modos se dio cuenta. Sofía fue testigo de cómo Micaela lloraba sola en la oscuridad de la noche, viendo con sus propios ojos cómo ese hogar se enfriaba poco a poco.
Antes, durante los periodos en que el señor Gaspar se iba de viaje de negocios hasta por medio año, la señora nunca dudó de su fidelidad. Pero después de eso, supo que él tenía una amante en el extranjero.
En ese momento, a Sofía le costaba creer que el señor Gaspar, que amaba tanto a su esposa, pudiera serle infiel. Pero luego pensaba en la señorita Samanta, la amante: una pianista de fama internacional, deslumbrante y encantadora, mientras que la señora, que en ese entonces era ama de casa, era solo una delicada flor de invernadero que Gaspar había cuidado con esmero.
Intuyó que la señorita Samanta sería la chispa que destruiría la felicidad de la señora. Y, efectivamente, después de soportarlo durante un año y medio, la señora tomó la iniciativa de pedir el divorcio.
En aquel momento, Sofía realmente admiró su valor. Había visto a muchas esposas de la alta sociedad que aguantaban de todo por dinero y estatus, pero Micaela eligió renunciar a todo, pidiendo únicamente llevarse a su hija.

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