Gaspar le acomodó la cobija y se quedó de pie junto a la cama un momento más antes de darse la vuelta y bajar las escaleras.
No se fue. Se sentó en el sofá de la sala. Afuera, la noche se hacía más profunda. Llamó a su hermana para pedirle que se quedara con su hija esa noche, sin darle explicaciones.
Gaspar colgó el celular. Las luces de la ciudad, visibles a través de la ventana, proyectaban sombras en su rostro sombrío. La humedad de las lágrimas de ella aún permanecía en el dorso de su mano. Sacó su celular y envió un mensaje, dando órdenes para que su avión privado volara directamente a Aztlán Micro en Costa Brava para recoger la última versión del chip Tonatiuh.
Le había prometido algo, y pensaba cumplirlo.
***
Micaela se despertó a las nueve y media, bañada en un sudor frío. Se tocó la cara y notó que todavía tenía restos de lágrimas en las comisuras de los ojos. Suspiró.
El sueño había sido demasiado real. Soñó que los signos vitales de Anselmo desaparecían de repente. Justo cuando la interfaz cerebro-máquina estaba lista, se dio cuenta de que no podía encontrar el chip. En el sueño, buscó por todos los rincones del laboratorio, pero al final, solo pudo ver impotente cómo el monitor de signos vitales de Anselmo emitía un pitido agudo y prolongado, y la línea en la pantalla se convertía en una fría línea recta.
Incluso ahora, Micaela sentía una opresión en el pecho, como si su corazón hubiera estado latiendo con demasiada fuerza. Su pijama estaba empapado de sudor frío, pero por suerte, solo había sido un sueño.
Se secó las lágrimas, se levantó de la cama y buscó su celular, pero no estaba a su lado. Pensó que probablemente lo había dejado en el sofá de la sala.
Al salir de su habitación, vio que las luces de la sala estaban encendidas. Pensó que Sofía debía de haber vuelto.
Quería bajar a tomar un vaso de agua y ver si su hija había regresado. A mitad de las escaleras, vio a alguien sentado en el sofá bajo la luz de la sala. Para su sorpresa, era Gaspar.
Parecía estar trabajando; tenía una laptop sobre las rodillas, pero al instante, se giró para mirar hacia las escaleras.
—¿Despertaste? —preguntó, cerrando la computadora. Su voz sonó especialmente clara en el silencio de la noche—. Sofía tuvo una emergencia y no pudo volver. Pilar se quedó a dormir en casa de mi mamá.
Micaela se quedó inmóvil y, por instinto, se abrazó a sí misma, frunciendo el ceño.
—¿Qué haces aquí?
La pregunta era cómo había entrado.
—Lo siento, Sofía te llamó varias veces y no contestaste. Me preocupé de que te hubiera pasado algo y le pedí que me diera la clave.
Micaela se ajustó el pijama inconscientemente.
—Estoy bien, gracias.

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